TÓYBER ARZUAGA

La fuerza del amor por el solar nativo

Por Donaldo Mendoza

   La tierra natal, como la sangre, son fuerzas que llaman, que atraen como el imán. Pero no les sucede igual a todos los nacidos allí, solo a unos pocos les es dado establecer un vínculo íntimo con esa patria mínima que es el espacio geográfico donde se ha nacido y crecido. Hace unos días hablé con un amigo al que mucho aprecio, y con su nombre he titulado este artículo.

   El de Tóyber es un caso excepcional. Su nombre podría ser sinónimo para llamar de otro modo eso que identificamos como «patria chica». Codazzi, el cálido municipio del Cesar, equivale pues a Tóyber Arzuaga. En la otrora capital algodonera de Colombia residió hasta principios de los setenta del siglo pasado; en el barrio Machiques, los mayores aún conservan viva la memoria de «los tres mosqueteros»: Luis Joaquín “Quin” Mendoza, Juancho Mejía y Tóyber Arzuaga. Ellos siempre tenían motivos para celebrar, entre risas y bromas, el amor y la amistad en la casa-quinta de Matildita Monroy, en compañía de Mónica (la mayor de las hermanas García), Ruchi Monroy, María Elena Lacouture, María Sierra, entre otras.

   Cuando la nostalgia les arruga el corazón, de tiempo en tiempo, se llaman y entre lágrimas y risas evocan aquellos tiempos “que nunca volverán”. El destino desterró a Quin a Popayán y a Tóyber a Guadalajara de Buga. Por acá residen hace más de 50 años; Quin con un acento ya neutro, en tanto que Tóyber, como la bella durmiente del cuento infantil, sigue despertando cada día en Codazzi, con el acento cantado de nuestra provincia vallenata. Y aún sale por las tardes a la terraza de la casa a escuchar en radio las transmisiones de los partidos del Júnior. Quin ha sabido llevar mejor el destierro; la última vez que viajé con él a Codazzi buscamos a Juancho Mejía, sin suerte. «A este mosquetero se lo tragó la tierra», comentó. “En sus ironías, el destino nos ha reunido, a Tóyber y a mí, en los lugares y eventos más insospechados”, concluyó, en modo reflexivo. 

   Hay dos ocasiones que ponen a prueba el amor por nuestro ardiente terruño: la fiesta de la patrona, la venerable Divina Pastora, en agosto, y la fiesta del Milagro, en septiembre; y fuera de Codazzi, Valledupar, en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata. No hay nada en este mundo que logre atajar a Tóyber; con plata o sin plata, «empaco cuatro mudas de ropa en mis dos mochilas arhuacas, y me voy». Ni la edad, que hoy frisa los 75 años, le ha podido disuadir de ese ritual sagrado. Pero, a pesar de la frecuencia, el regreso sigue siendo la imagen pura de la melancolía: «Me pongo mi sombrero vueltiao, me calzo mis abarcas tres puntá y salgo de ‘El Pueblito’ con mis mochilas, a una hora en que nadie vea mi desamparada desdicha».

   A Tóyber todavía le quedan muchas idas a Codazzi, lo he adivinado en el tono jovial de su voz en la reciente conversación de Navidad. El propósito, pues, de este artículo no es hacer una reseña biográfica de Tóyber, sino dejar testimonio de la íntima virtud del amor que él siente por Codazzi, «el pueblo más bello del mundo, ¡nojoda!». Y de paso alivio un poco mi culpa, porque si bien quiero a Codazzi, no es con la misma fuerza con que lo ama Tóyber Arzuaga.

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Donaldo Mendoza

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