Todo comenzó el domingo nueve de octubre en horas de la mañana cuando el Rey Vallenato Náfer Santiago Durán Díaz, asistía a misa en la iglesia San Marcos de El Paso, su tierra, donde sufrió una descompensación en su organismo y tuvo que ser llevado al hospital Hernando Quintero Blanco. En un abrir y cerrar de ojos en el pueblo se regó la noticia sobre que le había dado un “Yeyo”, es decir un desmayo.
Náfer, el ser mitológico que deslumbró a Gabo con su talento, se había ido de El Paso aquel lejano cuatro de enero de 1999, a las cuatro de la mañana, rumbo a Valledupar, para luchar por la educación superior de sus hijos.
Entró cantando ‘Sin ti’ llevado por el peso de la costumbre, quizás por ser la canción que más veces ha interpretado. Enseguida, cuando recobró el dominio del territorio, sintió un leve olor a flores moradas que todas las mañanas aparecen en las calles de El Paso, cambió el tono y empezó a cantar con mayor fuerza:
De corazón le canta Náfer Este paseo a su patria chica, Es para El Paso tierra bendita, Mi santa tierra que me vio nacer.
Así inició ‘Mi patria chica’, canción emblemática que narra el amor descomunal que Náfer Santiago Duran Díaz le profesa a El Paso, ese bonito pueblo anclado en el Caribe, que lo recibió aquel lunes 26 de diciembre de 1932 a las 7:05 de la mañana, cuando Juana Francisca Díaz Villarreal con un impulso seco embistió a su matriz con una fuerza descomunal y dio a luz al último de sus hijos, quien nació con unos ojos atónitos y un olor a rey que se esparció por todo el pueblo. Ese olor solamente desapareció en febrero, con el olor a maicena que trajo el carnaval.
Del último suspiro de las extrañas de Juana Francisca Díaz nació Náfer Santiago, luego de tres exitosos partos de sus hermanos Luis Felipe, Gilberto Alejandro y Sabina Josefa. Esa misma mañana de su nacimiento, Náfer Donato, su padre, entró sin pedir permiso en el ámbito del dormitorio cuando aún limpiaban a Juana y donde Náfer Santiago con un llanto constante opacaba el sonido del tren, que a esa hora pasaba por la estación del pueblo.
Ante el reclamo del por qué entraba si aún no culminaban las labores de parto, él le respondió con una sonrisa. De una fue al armario, tomó su acordeón y arrulló a su hijo con una canción en tono menor de la autoría de su tío Octavio Mendoza, y como un soplo del Espíritu Santo la criatura cesó su llanto y sus ojos se hicieron inquietos tratando de ubicar el sonido.
NACER UNA Y OTRA VEZ
Algo de parecido tenían esas mañanas: la de diciembre cuando Juana lo parió luego de la Navidad, y la mañana de agosto donde Náfer se parió así mismo y decidió volver a nacer para El Paso, evocando la frase de García Márquez que sentencia que los hombres no nacen para siempre el día que su madre los alumbra, si no que la vida los obliga a parirse así mismo una y otra vez.
Náfer entró saludando a un despejado cielo de agosto, el mismo que amenazaba con caerse todas las noches, desestabilizado por los truenos, pero en las mañanas lucía radiante como si laboriosos ángeles lo acomodaran un instante antes de amanecer.
Él tenía una camisa de cuadros diminutos, un pantalón plomo de buen tono y bien acomodado, su sombrero aguadeño que dejaba ver su brillante corona que luce perfecta a pesar de los 44 años que tiene de sostenerla sobre su cráneo.
Fue recibido con una alfombra natural y una sinfonía de turpiales que llegaron de la trinidad, que habían permanecido ocultos, el pueblo los consideraba extintos, todos se preguntaron cómo supieron del retorno del rey. Se posaron sobre los árboles y líneas eléctricas por donde Náfer pasaba con su pesado acordeón y fue cuando cayó en cuenta que eran los mismos turpiales que escuchaban sus primeras notas en la hacienda ‘Las cabezas’, en los albores de su juventud.
Por un momento tuvo la sensación que lo observaban para despejar las dudas que no había muerto Náfer. Los miró uno a uno para que a ninguno le quedara la duda que aún tenía suficiente aire en los pulmones y fuerza en los músculos para caminar por las ya pavimentadas calles del pueblo cargando su mitológico instrumento.
Esa mañana de agosto se volvió a sentir ese olor a rey en El Paso, y opacó por completo el olor de las flores. Cualquier pasero independiente de la edad lo asociaba con el regreso de Náfer, y nosotros que a esa hora escribíamos a cuatro manos sobre la vida de Alejo, su hermano, fuimos arrastrados sin oposición por ese olor fantástico y seducidos por su presencia. Atravesamos el pueblo guiados por el aroma penetrante que destilan los reyes al pasar.
Náfer Durán y Diomedes Díaz. FOTO/CORTESÍA.
Lo encontramos en su casa mirando al firmamento, ya no con los ojos atónitos de la mañana de diciembre en que vino al mundo. Esta vez tenía la mirada cansada y lejana, ante aquel radiante sol. Estaba sentado en un viejo taburete que daba la impresión que conservó la misma postura desde que se había ido hasta ese día que decidió regresar y quedarse para siempre.
Sentado, con el sombrero en la cabeza de la rodilla y digiriendo por completo la calma restaurada y la paz que producía estar en su territorio, nos recibió con el formalismo de siempre y su sonrisa, que apareció de inmediato, dejó en el ambiente el secreto de su naturaleza. Impulsado por el sentido de la ubicación que no la había perdido a pesar del tiempo fue al alar de la casa y nos trajo dos taburetes firmes que por años nos estuvieron esperando.
“Mi nieto no vino”, exclamó apenado, con la convicción de que íbamos por su nieto por ser el último Bordeth y hasta el último Durán, pero al sentir la reverencia del momento y embeleso que mostramos al verlo, se dio cuenta que andábamos detrás de él.
Náfer, el ser mitológico que deslumbró a Gabo con su talento, se había ido de El Paso aquel lejano cuatro de enero de 1999, a las cuatro de la mañana, rumbo a Valledupar, para luchar por la educación superior de sus hijos, lo que logró con creces, una vez cumplida su gesta y ante la presión que la pandemia ejerce sobre las grandes urbes, luego de una larga reflexión, decidió volver y quedarse sin mirar por el espejo retrovisor.
Entre risa y nostalgia contó que se vino por miedo a que en el valle se le enfermara su acordeón. “En estos cueros duros ya no entra nada”, exclamó, mientras señalaba una piel tersa que le cubría la fuerza de su nobleza.
En ese momento se acordó de su compañero de siempre, fue a la sala con una excelente disciplina doméstica, y lo trajo al frondoso árbol de tamarindo donde nos repartía anécdotas alternando la mirada.
Náfer, evocando la mañana en que su madre lo trajo a este mundo a hacer vallenato y en que su padre lo arrulló con su acordeón, quiso, impulsado por la nostalgia, arrullarse así mismo porque ese día había renacido para El Paso, y era sumamente necesario ese ritual de bienvenida.
Entonces su acordeón pareció tomar un color y una vitalidad diferente al caer en su pecho y se abrió imponente al sucumbir a la fuerza de sus dedos emitiendo unas notas nostálgicas que trituraban el silencio con la segunda estrofa de la canción que compuso para su tierra:
En esta tierra he nacido yo, Y por ella tengo mi preferencia La naturaleza aquí se encargó De darle una luz a mi inteligencia Toda mi infancia aquí la pasé Acompañando a mis viejos padres.
Esos dos viejos inolvidables que yo por nada los cambiaré. Vuélveme a querer mi Juana bonita, Vuélveme a querer mi Juana Francisca.
Se desplomó por completo cuando nombró a su madre y lo mordió con determinación la reminiscencia. Sofocado por el recuerdo exhaló un tibio olor a melancolía que lo sintió su acordeón que con su rosca natural se fue cerrando y cerrando al mismo tiempo que a él se le iba arrugando el alma.
Él no volvió a exhalar sus notas lastimeras, ni el olor a cartón prensado. Era como si el acordeón respondiera a su estado de ánimo, sobre todo a los embates de la nostalgia. Pero se sobrepuso con una fuerza descomunal, se le iluminaron los ojos y exclamó con ternura: “Era una reina mi madre”.
En ese momento le pedimos que nos hablara de ella, y tuvimos el privilegio que nos invitara a su casa materna. Fuimos al son de su caminar pausado. Con su aura milenaria se desplazaba por la calle donde siempre fue feliz indicando lugares e historias de tiempos mejores.
Llegamos a su casa materna perfectamente ubicada detrás de la plaza del pueblo y con un aire de castillo natural construida con barro prensado y zinc, pintada con cal, pero donde se levantó el emporio musical de una gran dinastía.
En el interior de la casa estaban las cosas necesarias para llevar una excelente vida doméstica, sin que sobrara o faltara algo. Lo justo para no sonsacar ni la opulencia, ni la miseria.
En el ámbito de la casa nos informó que nació en esa morada, un día después de la Navidad, una mañana de vientos cruzados. Nos mostró con precisión el rincón donde su madre lo amamantaba y después su padre lo nutrió con el acordeón. Algo de misterio tenía ese rincón porque allí le dio su madre el abrazo cuando se coronó como Rey Vallenato. En ningún otro lugar se sentía mejor que en esa esquina de la casa donde veía que siempre que estuviera ahí nada malo le podía pasar.
Esa fue una de las razones por lo que había decidido, luego de una larga reflexión, volver a vivir en el pueblo que tanto adora, quizás para edificar su trono en el rincón de la añoranza.
Tenía pensado volver a Valledupar, solo a buscar su familia y sus trofeos para hacer un rincón luminoso, ese rincón sería el resumen de su gesta, el compendio del humilde negro que salió de El Paso, con el sueño de conquistar un Festival Vallenato, pero era tanto su talento que la vida le dio muchas más cosas.
Náfer Durán Díaz, rey-Vallenato 1976. Foto: Daniel Gutiérrez.
La vida le tenía deparado que sería el descubridor de la primera figura del canto vallenato como lo fue Diomedes Díaz, que sus notas embelesarían a Gabriel García Márquez, al punto de escribir con su puño y letra que Náfer estaba fuera de concurso, que su canción ‘Sin tí’ movería las fibras de Carlos Vives y que sus canciones llegarían a París, a ambientar los montes Elíseos y la fuerza de su nota movería las bases de la Torre Eiffel.
Él está bien entrado en edad, con una apariencia de abuelo grande y maravilloso, con un montón de canas que le cantan sus años y su vasta experiencia. Así, cansado por el agotamiento natural de tantos años de gloria y haciéndole caso a su ángel de la guarda quien le dijo al oído que volviera a El Paso, decidió retornar.
Olfateando en sus pensamientos se podía percibir que era una mañana melancólica, sobre todo en el nostálgico momento en que él mismo cortó la cinta inaugural de su regreso, y ya aclimatado en este viejo pueblo reflexionó y expresó unas palabra que le aliviaron el alma.
“Quizás nunca partí de El Paso, solo vuelvo de una parranda en Valledupar que demoró 21 años”. Ya lo dijo Naferito, uno no se va nunca del pueblo que lo vio nacer, porque donde esté, las raíces todos los días se lo recuerdan.
Apareció sentado al lado de la cerca del patio de su casa viendo como el sol asumía su rol en esas eternas mañanas calurosas de El Paso, Cesar, y entonces comenzó a darle rienda suelta a las reminiscencias, teniendo presente las palabras de los locutores de otrora. “Hoy, agrega un año más de vida al collar de su existencia el dilecto maestro y Rey Vallenato Náfer Santiago Durán Díaz”. Efectivamente, agrega 88 años.
El maestro Nafer Durán con emoción sublime habló de la historia de su gran amor Rosibel Escorcia
En ese escenario estaba el negro de ébano. El mismo que cuando se lleva su inseparable acordeón al pecho le parece un juguete. Ese que hizo su propia presentación en la canción ‘La grabadora’. “Yo soy el negro Durán, al que llaman Naferito, pronto escucharan por disco, mi música popular”.
Cuando se le preguntó por el sentimiento que lo embargaba al llegar a esa edad con los motores prendidos, tocando firme su acordeón, componiendo nuevos cantos y con el ánimo por todo lo alto, a pesar de las tristezas que nunca faltan, sus primeras palabras fueron darle gracias a Dios por la largura de años.
“Dios que todo lo sabe y puede, ha sido maravilloso conmigo. Por eso no me canso de darle las gracias. Ya son 88 años y claro, estoy preparado cuando me llame a su presencia”, expresó.
Se quitó su sombrero, levantó la vista y notó que había un cielo despejado con pocas nubes circulando y el sol siendo dueño del firmamento. Al ver ese panorama fungió de pronosticador del tiempo y manifestó: “Este mes las lluvias están de vacaciones”.
El hijo de Náfer Donato Durán Mojica y Juana Francisca Díaz Villarreal, se puso serio y anotó que lo último que jubilará sería su acordeón porque ha hecho posible que su sonido acompañe los latidos de su corazón. Y remata su comentario de la manera más sublime del mundo. “Dejar de tocar mi acordeón es morir en vida”.
Sin lugar a equívocos, acudiendo a la tradición oral es de los contados acordeoneros que a su edad continúa sacándole notas al instrumento sagrado del folclor vallenato. Efectivamente, desde niño aprendió a tocarlo y de eso ha vivido siendo el mejor manjar para alimentar la numerosa familia que ha seguido su huella.
La extensa hoja de vida de Náfer Durán señala que ha grabado muchos discos, que se coronó Rey Vallenato en 1976 y siete años después al ir en busca de la segunda corona en el Festival de la Leyenda Vallenata fue declarado fuera de concurso. Es el único que ostenta ese honor. Además en ese espacio se destaca que en el año 1976 grabó el disco ‘Herencia Vallenata’ con el cantante Diomedes Díaz Maestre.
“Me siento orgulloso de ser el acordeonero que sacó a la luz pública a Diomedes Díaz. Al abrirle ese camino ‘El Cacique de La Junta’ se fue proyectando hasta llegar a ser un gran superdotado de la música vallenata. Siempre que nos encontrábamos recordábamos ese hecho y le decía que lo admiraba mucho”, indicó Náfer Durán.
Sin tí, no puedo estar…
Con su corazón abierto y el pensamiento dándole órdenes comenzó a hablar de la canción que le abrió el camino del amor al lado de Rosibel Escorcia Mure. A ella, con el alma atropellada por la ausencia le compuso ‘Sin ti’ donde en tono menor le expresaba que vivía triste y loco por tenerla cerquita. Entonces hizo un repaso al primer verso donde la nostalgia le llegó plena al corazón.
Con mi nota triste vengo a decirle a tu alma, lo que está sufriendo mi sincero corazón. Ya no tengo paciencia, ya no tengo calma solo vivo triste y loco por tu amor.
Estando atrapado en la atarraya de la añoranza dijo que la historia es más linda que el propio canto. Sin dar ninguna vuelta habló cerrando los ojos para que nadie distrajera el momento. “Rosibel, mi esposa, quien nació en Chiriguaná, contaba con 20 años y comenzamos a vivir. En una ocasión me fui a una larga correduría y no supe de ella porque las comunicaciones eran imposibles, pero antes de regresar le compuse en el pueblo de Mompóx, Bolívar, la mencionada canción”. Abrió sus ojos y le estaban brillando porque relataba la epopeya de esos amores legendarios que ni el tiempo ha podido derrotar.
“Al regresar, lo primero que hice fue ir a la ventana de su casa y regalarle la canción. Después de ella escucharla, abrió la puerta y me sonrió. Enseguida vino la sorpresa o sea el premio mayor del amor. Me contó que estaba embarazada”. Enseguida sin pensarlo, se encontraron el sentimiento de alegría y tristeza porque las lágrimas abonaron los recuerdos. “Aquella vez nació mi primera hija Denia Esther, y fue alegría total. Mi hija murió hace tres años”. Esa síntesis quebrantó el corazón del juglar y la salida fue respetar su silencio. Dejar que sus lágrimas fueran el testimonio de aquel instante.
Con el dolor que se registró en su corazón, y más calmado hizo una petición. “Cuando Dios me llame a su santo reino, esa canción me la deben cantar en mi tumba”. Esas fueron las palabras sentidas del hombre que no se embelesa ante los triunfos, reconocimientos y admiración, sino que sigue siendo humilde y de mirada triste. El abuelo al que se le hacen agua los ojos al hablar de sus nietos que siguen su ruta musical. Al indagarle al escritor, poeta y gestor cultural Fernando Bordeth Chiquillo, sobre el juglar pasero, soltó una de esas frases que lo pintaron de pies a cabeza. “Naferito, es tan grande que exhala un olor a invierno aún en el más fuerte de los veranos, es madera fina». Ahora Naferito vive en El Paso donde se refugió de la pandemia porque en Valledupar lo estaba matando el encierro, según manifestó.
Claro, que en su tierra sufre de nostalgias al recordar con orgullo a sus padres Náfer y Juana, a sus hermanos y demás familiares, entonces el llanto se hace irredimible cada vez que los menciona.
“Naferito, huele a rey”…
El juglar Náfer Durán realizó un paseo por su pueblo dandóle rienda suelta a los recuerdos – Foto Ángel Maestre
Al final salió a dar una vuelta por el pueblo para tomarse unas fotos, y en su recorrido iba saludando. Estando en esas un paisano veterano con la cabeza adornada con canas le dijo a voz en cuello. “Naferito huele a rey. Huele a Rey Vallenato”. Él, sonrió y se limitó a decir. “Que ocurrencia, que ocurrencia”… Naferito, maestro de la dinastía Durán, siga caminando, siga tocando que con su acordeón al pecho y su linda nota sonora hace el mejor registro del folclor vallenato. Ah, y no se vaya todavía, que Dios camina a su lado.
Todo sucedió exactamente a las 2:00 de la tarde del lunes 26 de diciembre de 1932 en El Paso, Magdalena, hoy Cesar, en el hogar de Náfer Donato Durán Mojica y Juana Francisca Díaz Villarreal, cuando vino al mundo Náfer Santiago Durán Díaz.
Él, pasados los años declaró que el mejor regalo de amor, un hijo, lo recibió su papá un día después por parte de su mamá, y no como se acostumbra el 25 de diciembre. Ante ese soberano regalo su papá enseguida dijo que llevaría su nombre, y así lo registró.
La historia de su vida que suma 87 años, es una mezcla de alegrías y nostalgias donde aparece un campo sembrado con cientos de hectáreas de folclor y el abono diario ha sido con los pitos y bajos de su acordeón que complementa una voz parrandera.
El Rey Vallenato Náfer Durán Díaz, rodeado de los trofeos que se ha ganado en su larga carrera musical – Foto Daniel Gutiérrez Palomino
Esta ha sido la manera más hermosa de darle mayor trascendencia a su dinastía que encabezaron sus hermanos Luis Felipe y Alejo Durán, siguiendo él, que asumió la responsabilidad desde hace 30 años.
Con todos los recuerdos en fila se estaciona en sus primeros años donde veía a su papá Náfer Donato tocar su acordeón, y a su mamá Juana Francisca, quien era una excelsa cantadora de tambora. De esta forma entró a ese mundo de encanto con bellas historias cantadas.
En su casa tenía su propia escuela de folclor y de esa manera entró a ser un alumno aventajado hasta ser Rey Vallenato y un excelso compositor, cuyas obras han traspasado fronteras en las voces de grandes cantantes.
Y así es. Su música es distinta con un marcado énfasis en los tonos menores, al punto que es conocido como ‘El rey del tono menor’.
A su avanzada edad Náfer Durán no ha podido “jubilar a su acordeón”, según lo señala, porque cuando se lo lleva al pecho con el sonido acompaña los latidos de su corazón. Esa ha sido la formula precisa y concisa para tener la mayor vigencia en esta música que en su casa siempre ha jugado de local.
Para bosquejar su teoría señala. “No tocar mi acordeón es como morir en vida. A veces cuando por necesidad la empeñaba, tenía que ir corriendo a sacarla porque me hacía mucha falta”.
Abre y cierra su acordeón, pero no se decide a interpretar nada hasta que aterriza con una nueva frase. “No sé hacer otra cosa que tocar mi acordeón, componer y cantar porque esa fue la enseñanza que recibí desde niño. De ese he vivido y no me arrepiento, sino que le dio gracias a Dios por mi querida familia, y por ser un enamorado de este lindo folclor vallenato”.
Náfer Durán Diaz, aprisiona su acordeón, la gran compañera que le regala constantes alegrías. Foto Daniel Gutiérrez Palomino
Hoja de vida
“Mi hoja de vida musical es más larga que caminar de El Paso a Bosconia, a pleno mediodía”, al dar este jocoso apunte suelta una carcajada que se escucha con fuerza a su alrededor.
No da muchas vueltas en su memoria y comienza a sumar. En su baúl va metiendo de salida la corona de Rey Vallenato en 1976; sigue con la grabación de su primer disco que hizo ese mismo año con Diomedes Díaz llamado ‘Herencia Vallenata’ y concluye que no ganó su segunda corona en el Festival de la Leyenda Vallenata porque en 1983 fue declarado fuera de concurso.
“Gabriel García Márquez fue jurado y me dijo que yo era un acordeonero fuera de serie y eso es mucho viniendo de esa persona que era el más grande letrado de Colombia”, apunta Náfer Durán Díaz.
De los tres enunciados también señaló sobre su experiencia al grabar con Diomedes Díaz. “Eso fue algo importante porque le abrió el camino musical a ‘El Cacique de La Junta’ a quien siempre admiré. Era un superdotado de la música”.
Le da otra clara salida al recuerdo y anota la ocasión cuando Diomedes Díaz convocó a los acordeoneros con quienes había grabado para una gira musical. En Barranquilla versearon y Náfer Durán le comenzó diciendo:
Diomedes Díaz y Náfer Durán ‘Herencia Vallenata’
Pa’ que lo sepan ustedes ahora le vengo a decir, yo nunca olvido a Diomedes y él no se olvida de mí.
Ante esto ‘El Cacique de La Junta’ contestó.
Mi primer acordeonero estando yo jovencito, cuanto lo admiro y lo quiero Dios bendiga a Naferito.
Continuó con su narrativa, pero esta vez con tintes de amor y fue precisamente la vez cuando una mujer se posó de manera directa en su corazón. A ella, le compuso la memorable canción que ha recorrido todos los sentimientos de principio a fin. Se trata de ‘Sin ti’, dedicada a su esposa Rosibel Escorcia Mure. Es la misma canción con que Carlos Vives recuerda a su papá Luis Aurelio Vives, y hasta llora al escucharla o cantarla.
Con mis notas tristes vengo a decirle a tu alma lo que está sufriendo mi sincero corazón. ya no tengo paciencia, ya no tengo calma solo vivo triste y loco por tu amor.
Después de cantar se quedó pensativo hasta que expresó. “Esa canción me la pedía mucho doña Consuelo Araujonoguera. Además, me decía que contara su bella historia llena de la más grande belleza natural y espiritual. Siempre lo hacía, porque es la mamá de mis canciones, y cuando Dios me llame esa me la deben cantar”.
El Rey Vallenato nunca dejó de recordar su nacimiento y jocosamente manifestó “El regalo de mi mamá llegó un día después, pero bueno si ha salido ese empaque”. Volvió a sonreír.
Sin prisa se puso de pie, caminó un poco, dejó su acordeón en una silla y después decidió girar la ruleta de su vida donde aparecen en el cuadro principal sus 14 hijos que son el motivo principal de su existencia. Recalca la unidad familiar y destaca a los que han seguido su huella en el folclor: Luis, Armando, Jader, Víctor Julio, Jaime Enrique, Elkin Javier, Juan Miguel y Náfer, este último fallecido hace 18 años.
Entrando en el escenario de su fiel alianza con el folclor vallenato expresa que ha sido prolífero para componer. Tiene en su cuenta más de 80 canciones, la gran mayoría grabadas, pero entre ellas sobresale una en aire de puya que siempre se interpreta en distintos festivales vallenatos. Se trata de ‘Déjala vení’.
Mi mujer me tiene un rezo me lo aplica cada rato, tiene varios presupuestos con el pobre del muchacho.
Cuando el reloj marcaba las 2:00 de la tarde, 87 años después de haber nacido en esa tierra donde el vallenato germinó con fuerza en aquellas hectáreas de folclor, Naferito se quedó recordando a su dinastía, sus hazañas musicales, sonriendo por largo rato y dándole gracias a Dios por un año más de vida. Náfer, ha sido ese hombre sobresaliente con el acordeón al pecho que le parece un juguete. Ese mismo al que le ha sacado el más grande jugo de notas para exaltar esa música que escuchó antes de tomarse el primer tetero. Finalmente añoró las famosas parrandas en ‘El estanquillo’, cantina que estaba ubicada en Plata Perdida, corregimiento de Chimichagua, cuya propietaria era Encarnación ‘La Chón’ López, quien en la puerta puso un letrero muy claro. Se tenía que consultar con el bolsillo antes de tomarse el trago.
“Gracias a Dios vivo para contarlo”, comienza diciendo el rey vallenato Náfer Santiago Durán Díaz, quien a sus 86 años, es un gran referente nota a nota de la música interpretada con acordeón, caja y guacharaca. Sentado en una mecedora fijó su vista en el ayer no sin antes decir que era un privilegio que Dios le ha dado de sumar esa edad y gozar de plena salud.
“Me siento dichoso de haber contribuido para que el folclor vallenato cada día sea más grande en el mundo. La cuota de mi familia en este campo ha sido buena y ya la evaluarán los entendidos en la materia”. Hizo una pequeña pausa y continuó. “El pasado y el presente lo conozco, pero el futuro es incierto. Mis hijos son el tesoro más grande que la vida me ha dado, y lo mejor es que han seguido la línea del verdadero vallenato. En general la dinastía Durán es correcta en su inmensidad”.
Sonrió un poco y enseguida dio una clase de cómo han cambiado los tiempos en la música vallenata. “Antes la música no tenía tanto valor. Era del agrado de parranderos en un círculo muy pequeño. Ahora es diferente, porque gusta y los intérpretes ganan una buena cantidad de dinero. Antes eran más los trasnochos y los viajes largos en burros, caballos, en lanchas o carros destartalados. Era poca la plata que quedaba en nuestro bolsillo, pero el corazón por donde iba, andaba y anda todavía se llena de pasión”.
Náfer Durán Díaz
El viejo juglar tenía el acordeón al lado y muchas veces estuvo a punto de llevárselo al pecho, pero se contenía para seguir dando sus acertados conceptos. “Soy un bendecido por Dios y gracias a la música vallenata he alcanzado grandes honores y todavía a mi edad sigo tocando y componiendo, dejando que la inspiración fluya en mi alma, pero esta vez dedicada a la iglesia porque Dios es mi fortaleza”.
‘Sin ti’, marca la pauta
Entró en el campo de la inspiración que convirtió en cantos donde da cuenta de esas historias que le han dado alegrías, tristezas y es la prueba fehaciente de su vida guardada en el baúl de su corazón. “Todas mis canciones me gustan porque cuando uno compone es porque se inspira, y de verdad lo siente. La cuenta de mis canciones es bien larga, pero la más escuchada es ‘Sin tí’, gracias a la interpretación de Carlos Vives, ese hijo del folclor que quiero mucho”.
Para entrar a tono con la historia cuenta que esa canción se la dedicó a Rosibel Escorcia Mure, cuando tenía 20 años. “Ella, llenó todas las expectativas del amor, pero una vez me fui de correduría por largo tiempo y estando en Mompox, Bolívar, le hice la canción en tono menor. Cuando regresé lo primero que hice fue llevarle una serenata. Ella abrió la ventana y me sonrió. Enseguida pensé que la canción había caído bien”.
Naferito llenó su cara de alegría al recordar ese momento glorioso de su vida y siguió esculcando en el recuerdo. “Después del beso y el abrazo, me contó que estaba embarazada. Ya se imagina mi felicidad. Al poco tiempo nació Denia Esther y después 11 hijos más”. La historia se graficó desde una canción en tono menor donde dos corazones pasaron por cosas del destino a tono mayor.
En medio del diálogo, los presentes lo aplaudían porque tenían al frente al hombre que se la ha pasado toda la vida interpretando auténticas canciones vallenatas y dándoles clases de folclor a sus hijos y nietos para que no olviden sus sinceras palabras. “El patrimonio más grande que les voy a dejar es que sigan por el camino del folclor vallenato para que la dinastía Durán sea eterna. No pido más que eso”.
Al hombre de roble lo vencieron las lágrimas y sobraron los pañuelos para que las borrara de su rostro, pero esas palabras salidas de lo más profundo de su alma corrían más fuertes que el río Ariguaní crecido.
La canción que lo emocionó
Después con mayor tranquilidad recordó las vivencias de su viaje a Francia en el año 2009, cuando allá escuchó cantar en francés su célebre canción ‘La Chimichagüera’.
Terre de chimichagua Je dis à mes amis Je ne peux pas l’oublier Quand je me souviens de ma madame Oh, ça me donne envie de pleurer
“Eso fue grandioso. ¿Quién iba a pensar que esa historia pueblerina de amores y vivencias llegara tan lejos? Se quedó pensativo y continuó. “Allá me acordé de Bernarda Cervantes, la mujer que tuvo un hijo conmigo, y a la que le dediqué la canción. Era increíble que ese tema nacido en el seno de esa querida tierra, Chimichagua, traspasara fronteras, pero así fue”. El veterano juglar eleva su memoria al infinito con la finalidad de capturar en el aire la obra que grabara en 1975 Rafael Orozco con Emilio Oviedo, pero antes se le indica que había utilizado el francés, precisamente con la palabra ‘Madame’.
“Cuando recuerdo a mi Madama, ay me dan ganas de llorar. Cuando recuerdo a mi Madama se enguayaba Naferito”. Sonríe y expresa. “Vea, el mundo es un pañuelo. Se me ocurrió en ese momento decirle a Bernarda, Gran Señora. Madama”. Y volvió a enguayabarse Naferito, como lo narra en su canción.
Esos son los recuerdos que se calcan en su pensamiento. Los que nunca se olvidan porque la corriente del sentimiento llega justo donde se necesita el agua viva del ayer.
Naferito se quedó en su pueblo El Paso, Cesar, con toda su carga de experiencia y calidad humana, intentando congelar en su corazón ese cúmulo de nostalgias y alegrías que al fin y al cabo son el mayor registro de aquel testamento que recibió de sus padres. Claro, trazando los pasos del recuerdo de aquella nota triste donde le habló directamente desde su sincero corazón al alma de aquella mujer que le hacía falta para llenarse de gozo.
Náfer Durán
Antes de despedirse miró al cielo, le dio gracias a Dios y prometió seguir tocando su acordeón. “Diga, que mi gran amor es mi acordeón porque me regala las notas que alargan mi vida”.
La mañana del viernes 26 de octubre de 2018 Carlos Vives llegó a Valledupar con el propósito de poner la primera piedra al proyecto del Parque de la Provincia, que abandera el alcalde Augusto Ramírez Uhía.
Hasta ese momento, todo giraba en torno a esa área de terreno que en seis meses tendrá la mejor cara ecológica, turística, ambiental, recreativa y todo lo que giraba alrededor de la música vallenata y su gran proyección internacional, cuando el Rey Vallenato Náfer Santiago Durán Díaz, quien el 26 de diciembre llegará a 86 años, fue invitado a la tarima para que acompañara al artista samario.
Al viejo juglar, que ha puesto a cabalgar sus dedos millones de veces por los botones de su acordeón, se le ocurrió tocar su célebre canción en tono menor ‘Sin ti’. No más abrió y cerró su acordeón, provocó que al hombre que ha llevado el vallenato por el mundo se le apretujaran en su memoria todos los recuerdos de su padre Luis Aurelio Vives Echeverría.
Exactamente, cuando la canción avanzaba en versos y notas, Carlos Vives no pudo aguantar y lloró al dibujar en toda su dimensión a uno de los pilares de su existencia, su señor padre.
“Te amo papi. Lloro por ti”
Al despedirse, y ya en la cabina del vehículo en el que se transportaba, el artista samario escribió en su cuenta de Instagram: “La canción ‘Sin ti’ de Náfer Durán es la canción que siempre me ha unido a mi papá, marcó la separación de él siendo muy pelao. Hoy, mi papá se apaga poco a poco, y esta mañana en Valledupar apareció Náfer para cantarla. Te amo papi. Lloro por ti”.
La más grande nota de silencio se cubrió de lágrimas porque Carlos Vives recordó que desde niño partió de su hogar en Santa Marta con destino a Bogotá, pero la legendaria figura de su padre siempre lo rodeó de mucho amor, y ha sido testigo de sus triunfos porque todos se los dedica.
“Cada oportunidad que tengo la comparto a su lado. Hoy, a sus 86 años está delicado de salud, pero Dios lo tiene con nosotros para seguirlo amando hasta el final y más allá”.
El artista que ha regalado tantas alegrías cantadas alrededor del mundo volvió a demostrar que un padre es la fórmula precisa para darle oficio al corazón y conectar el alma con la plataforma de los más bellos sentimientos.
Precisamente, en la producción ‘Clásicos de la Provincia II’, grabado en el año 2009, Carlos Vives grabó esa canción, y en esa ocasión no lloró, sino que la dejó como constancia cuando la escuchaba en las parrandas que su padre solía realizar en su casa.
“No me dí cuenta”, Náfer Durán
El maestro ‘Naferito’ no supo el impacto emocional que produjo su canción en Carlos Vives, y al contarle, expresó: “No me dí cuenta. De haberlo sabido interpreto otra canción, pero bueno, para que huirle a los recuerdos si aparecen a la vuelta de la esquina”.
En ese instante no había escape, y el juglar trajo a su memoria a su padre Náfer Donato Durán Mojica, quien le marcó el camino del folclor vallenato. “Vea, mi viejo era fregao, pero correcto en su accionar, y nos inculcó el amor por la música, por eso nuestra dinastía es tan grande. Que mejor homenaje para mi papá que sus hijos, nietos y bisnietos siguieran su senda”.
Continuó hablando y cayó en su propia nota. “Gracias a Dios tengo hijos y nietos que también me han dado muchas alegrías, y sé que al igual que mi hermano Alejo, sembré en terreno fértil para alegría de nuestra querida música vallenata”.
La historia de ‘Sin ti’
Estando atrapado por la atarraya del recuerdo trajo a su memoria la historia de esa famosa canción que para él es una joya:
Con mi nota triste vengo a decirle a tu alma lo que está sintiendo mi sincero corazón ya no tengo paciencia, ya no tengo calma sólo vivo triste y loco por tu amor.
“Siempre viviré agradecido con Carlos Vives por haberme grabado esa canción, y ahora sé la razón verdadera de haberla tenido en cuenta. Es el mejor homenaje a su papá Luis Aurelio Vives”.
Volvió a interpretarla con su acordeón y al repasar la letra se quedó pensativo. Era el momento de esculcarle sobre la historia que originó dicha inspiración. El recuerdo lo tocó y manifestó. “Ella, nacida en Chiriguaná, a sus 20 años se me atravesó en el corazón y comenzamos a vivir. En cierta ocasión me fui a una larga gira. No supe de ella durante ese tiempo, pero antes de regresar le compuse en Mompox, Bolívar, la canción ‘Sin ti’. El maestro Náfer estaba hablando de Rosibel Escorcia Mure.
“Cuando regresé, lo primero que hice fue ir a la ventana de su casa y regalarle la canción. Ella, abrió la puerta y me sonrió. Luego me contó que estaba embarazada y me puse feliz. Al cabo de un tiempo nació Denia Esther y después 11 hijos más”.
Le compuso la canción en tono menor cuando su corazón estaba en tono mayor, y no le cabía en el inmenso marco de su alma. El noveno Rey Vallenato tuvo la osadía de desafiar las notas musicales que se adaptaron a su propio sentimiento: “Esa canción me la pedía mucho doña Consuelo Araujonoguera, y además me decía que contara la historia. Yo siempre lo hacía porque es la mamá de todas mis canciones, y cuando Dios me llame, esa me la deben cantar. Esa tiene que ser”, dijo Náfer.
El Rey Vallenato Náfer Durán Díaz, saludando al artista samario Carlos Vives – Foto Jaider Santana.jpg
El viejo juglar agachó su cabeza, y como lo hizo Carlos Vives, también lloró. Sacó su pañuelo de color azul claro, se lo llevó hasta su rostro para de esa manera esconder las nacientes lágrimas.
Al terminar la entrevista, señaló: “Díganle a Carlos Vives que la próxima vez lloramos juntos, así como cantamos: “Sin ti no puedo estar, mi corazón se desespera”…
La emoción de Carlos Vives cantando ‘Sin tí’ al lado del Rey Vallenato Náfer Durán – Foto Jaider Santana
En ese inmenso espacio vallenato, donde los acordeones hacen llorar y reír, se unieron las nostalgias de dos hombres curtidos en las batallas del folclor, que sin mucho pensarlo pueden decir: Deja que las lágrimas abonen los recuerdos, porque cuando un sentimiento se atraviesa en el camino, lo más fácil es atraparlo en el silencio de la inmortalidad…