Revolución y Censura
Por Donaldo Mendoza
Las últimas diez páginas de la obra son para el periodismo en la América hispana. Comprensible, dado que periodismo en la Colonia fue casi imposible, por la fuerte censura a todo asomo de pensamiento libre, empezando por la prohibición de la importación de imprentas y el uso de éstas por parte de los criollos. El primer registro de ‘regulación’ del periodismo data de 1558, «ley sobre imprenta» le llaman, y condena a pena de muerte y confiscación de bienes a los poseedores de libros prohibidos. Quien dictaba esa sentencia era la Iglesia. Entre los libros prohibidos estaban las novelas y otras obras de imaginación que atentaran contra la fe y moralidad católicas.
En esas condiciones cualquier cosa que pudiera valuarse, al menos, como germen de periodismo en nuestro Mundo, solo podía provenir del clero, y esa aseveración se evidencia en México, en ‘relación’ con una catástrofe sísmica ocurrida en Guatemala en 1541. Una verdadera joya de estilo: «Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en la ciudad de Guatemala: es cosa de gran admiración y de grande exemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos apercibidos para cuando Dios fuere servido de nos llamar».

Habrá que esperar hasta 1722, a fin de que una publicación se presente con un nombre que denotaría “el primer periódico en Hispanoamérica”, también en México. Y ve la luz con esta gracia: Gazeta de México y noticias de la Nueva España. Asimismo se dice que el primer periodista de América fue Juan Ignacio Castorena, obispo de Yucatán. Pero las cosas no es que anduviesen mejor por España, observen esta noticia aparecida en Diario de Barcelona, 1743: «Un señor sacerdote se encontró ayer un zapato de mujer en la iglesia de las Monjas de San Juan; quien lo hubiese perdido, acuda a Joseph Armet, carpintero, que vive en calle de Flasaders: quien dando las señas se lo entregará».
Dentro de esta temprana cronología del periodismo en América hispana, aparte de México es la Nueva Granada, en 1785, el escenario de un periódico de merecido reconocimiento: Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá, impreso en cuaderno de ocho o más páginas; el alcance de su divulgación está sugerido en el número de suscriptores: más de cuatrocientos. Para ese momento, exceptuando Argentina a fines ya del siglo XIX, es poco lo que hay para mostrar en el resto de Suramérica. Ante esa precariedad, José Tarín-Iglesias da el salto al siglo XX.
Y el siglo XX, sin ninguna duda, es el siglo del periodismo. Aparece, con el sentido que hoy se le conoce, el periodismo informativo. Asimismo, hicieron su aparición los reporteros o “redactores de la calle”. Y se habla ya de la prensa moderna. Más que evolución, lo que se alcanza es una revolución con epicentro en los Estados Unidos. El periodismo se suma a los géneros literarios, después de que lo hiciera el ensayo. El reportaje y la crónica son una simbiosis de periodismo y literatura: A sangre fría (1959-1966), de Truman Capote, en Estados Unidos; y Relato de un náufrago (1955) de Gabriel García Márquez, son testimonios de ese espléndido momento del periodismo.
Estados Unidos también irradia luz para América y el mundo con las primeras escuelas de periodismo, que dan rango profesional al periodista, formado hasta entonces en el conocimiento empírico. Y se precisan requisitos que forjan al buen escritor de periódico: «Perfección literaria, arraigada cultura, juntamente con la facilidad y prontitud de redacción». Un artículo, por ejemplo, debe sobresalir por sus condiciones de interés, amenidad y estilo, y por el impacto que logre entre los lectores.
Hay mucha tela de donde cortar todavía en esta historia del periodismo. Cierro con una tercera forma de censura, presente en estos tiempos, la autocensura: la del periodista que se censura a sí mismo para no lastimar el partido o credo que profesa; o el periodista que hace ceñudo reparo a un colega por considerar que lastima los intereses del partido o credo con los que simpatiza. Y un periódico se autocensura para evitar que le retiren la pauta publicitaria. Todo esto deja en suspenso la pretendida libertad, independencia y objetividad del periodismo.
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