Y el mundo de la mujer
Por Donaldo Mendoza
Emma (1816) es una de las dos novelas que entronizaron a Jane Austen (Inglaterra, 1775-1817) en el reino de los clásicos, la otra es Orgullo y prejuicio (1813). La razón del subtítulo deriva de un juicio de Virginia Woolf: «Es la mejor escritora … no intenta escribir como un hombre.» Y así se nos presenta a la heroína (Emma) en las primeras líneas de la novela: «Bella, inteligente y rica … y una predisposición para la felicidad».
Y la novela cuenta, en efecto, la historia de una joven “bella, inteligente y rica”, que echa de menos a su antigua institutriz y confidente, la señorita Taylor, que se casa y se marcha. Emma acoge luego en su casa-hacienda (Woodhouse) a la humilde Harriet Smith, una chica bella, pero de maneras simples; el ejemplar perfecto para que Emma se entregue a su ocupación favorita: arreglar vidas y matrimonios ajenos. Origen también de las situaciones y conflictos que llevan a un final inesperado y feliz.
El contexto de la novela es la Inglaterra de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Momentos de la revolución industrial, que ayuda a comprender por qué surgen allí las grandes escritoras de Europa: las famosas hermanas Brontë (Charlotte y Emily), y la que nos ocupa: Jane Austen. En lo que tiene que ver con la corriente literaria de la novela, oscila entre el costumbrismo, el romanticismo y el realismo; aunque en estas obras fundamentales el lenguaje se balancea entre la verdadera prosa y la poesía.
Como en toda buena novela, Emma convoca a la búsqueda y desciframiento de problemas de la vida y el ser humano; no para hallar respuestas, sino para ahondar en ellos con nuevos interrogantes. En el sereno curso de la prosa de la novela, Jane Austen instaura un sistema de sutiles ironías en la descripción del ambiente de la burguesía rural del sur de Inglaterra, todavía con las ínfulas de una nobleza decadente que aún reclama la sangre ‘sin mancha’: «…puede ser más rico que ella, pero es indudablemente inferior en cuanto a rango social. … Sería una humillación». Y enseguida hace el contraste con el rol social del dinero (dinero burgués) para derrumbar una costumbre que parecía sólida, cual era la degradante soltería de la mujer: «…se convertirá en una solterona. ¡Y eso es terrible! (…) Pero una mujer soltera poseedora de una buena fortuna es siempre respetable.»
Enamorase no estaba en el camino o en la naturaleza de Emma (trasunto de Jane Austen), pero en el conocimiento de la psicología del amor deja confesiones que bien pueden hacer parte del compendio de este sentimiento intenso de propensión emocional, y a veces sexual, que atrae a dos personas… que se aman. Así lo expresa nuestra narradora: «Esta sensación de indolencia, de languidez, de fatiga; esta aversión a sentarme y concentrarme en algo; este sentimiento de que en casa todo es insípido y vacío… Debo estar enamorada».
Y esa psicología femenina, que tanto pondera Virginia Woolf, nos la muestra contrastada con sus pares masculinos: «…los detalles menudos que solo el lenguaje femenino puede volver interesantes. Nosotros, los hombres, en nuestra comunicación, tendemos a generalizar». Y sobre cómo el talento natural llega a la escritura, elucubra: «…piensa firme y claramente, y cuando toma la pluma sus pensamientos tienden a hallar de modo natural las palabras adecuadas».
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