Todas las tardes, en una esquina sobre un sardinel y una piedra gigante se empezó a gestar el movimiento de unos pelaos que buscaban la música y esta a su vez, se dejaba acariciar por los sonidos de violinas, guitarras y una que otra amanecida llena de melodías, unas reconocidas y otras en nacimiento.
Los hijos de Blanca Cotes y Ciro Carrascal se apasionaron por la guitarra y sobre ese instrumento empezaron a transitar, en la búsqueda incesante de saber más sobre esos sonidos que salían de la pulsación de sus dedos sobre esas cuerdas de nailon.
Mientras Omar Geles y Wilfran, eran unos niños y el primero trataba, ante la insistencia de su madre Hilda Suárez de aprender a tocar acordeón, sin saber ellos ni nosotros en lo que se convertirían.
Mi casa se volvió de la noche a la mañana, en el lugar predilecto donde era buscado por Jorge Oñate, quien confió muchas veces en mi visión en la unión con Colacho y Juan Rois, al tiempo que incursionaba en el mundo de componer canciones.
Una tarde de febrero de 1978, nos encontramos en esa esquina musical. Allí estaban Poncho y Millo dándole a la música. Los dejé que tocaran y en un descanso les dije, «yo compongo». Se sorprendieron. En ese grupo estaban Luis Martínez y Elberto López, ya fallecidos. Después de escucharme, se entusiasmaron y le dieron su aprobación al paseo «Adiós infancia» que fue defendida por Luis Martínez, la segunda voz y guitarra de Millo y el acordeón de Numa Bateman, con la que se llegó a la final junto a Río Badillo del primo Octavio Daza Daza.
Ahí comenzó la historia de ellos y la mía, donde fui durante cuatro años consecutivos, finalista de la canción inedita, obras defendidas por Jorge Luis Ramos y el acordeón de Franco Rois.
Esto abrió un espacio para todos nosotros. Alfredo Gutiérrez y el furor guajiro me grabaron y empezó hace más de cuatro décadas el tránsito de nosotros por la música. Ellos se quedaron en el lugar de siempre y yo, viajé a un sitio andino que me ha dado todo.
Poncho y Millo han sido victoriosos. En 1983 defendieron el paseo «Yo soy el acordeón» del malogrado compositor Julio Díaz Martínez, con el que lograron el primer puesto. Dieciséis años después, obtuve el primer puesto con el son «Mi pobre acordeón», donde canté mi obra con el acordeón de Beto Jamaica, grabado por los Niños vallenatos del Turco Gil.
Millo se presentó en ese concurso años después y obtuvo el tercer lugar con un son y ahora nos sorprende con un Merengue ingenioso, que a manera de crónica musicalizada, recoge sin mofarse, el retrato oral de un personaje inmenso del mundo vallenato como lo es Jorge Oñate.
«Las vainas de Oñate» es un paso a paso sobre los decires de un cantante, que siempre dejaba en sus expresiones, una reflexión más allá del sentir folclórico de nuestra cultura, a las que muchos trataban como algo sin sentido, pero que si nos adentramos en ese mundo aterrizado, encontramos que en más de una de ellas, Jorge Oñate tenía razón.
Ese canto de Millo tiene un poder actualizador, que bien vale la pena ahondar. Si lo graban hoy, mañana o después, siempre tendrá vigencia, porque es un retrato vivo que le puede hablar a futuras generaciones, de todo lo que él decía.
No dudo un segundo en vaticinar, que al ser grabado por un artista de nuestra música vallenata, se convertirá con el pasar del tiempo en un clásico.
Retrato a mi compadre Jorge, brincando y lleno de alegría, diciendo «ese canto lo grabo yo». Ya él no está como tampoco el primo Lucho Castilla, para que su risa estruendosa le diera la aprobación a ese buen merengue»-
Fercahino
