Por Donaldo Mendoza
Cascajal (Unikids, 2021), así tituló Marco Antonio Valencia Calle su último libro; con el subtítulo que le da sustento: «Crónica, testimonios y leyendas del Patía». Debo compartir con los generosos lectores que fue esta lectura un ejercicio catártico desde el principio. La obra comprende 31 breves relatos, en donde hallamos mitos, leyendas, tradiciones, creencias y referencias histórico-geográficas para contextualizar lo narrado.
Digo que no fui ajeno a cierto efecto catártico, en virtud de que el cronista me devolvió sesenta años atrás cuando tuve mis primeros encuentros con la literatura, no a través de la lectura y la escritura, sino de la oralidad; por esta vía me nutrí de historias contadas por mujeres y hombres campesinos –algunos analfabetos–, historias que muchos años después volvería a encontrar en la Biblia, Las mil y una noches, Cien años de soledad… No fue poco el asombro. «El árbol que canta, el pájaro que habla y la fuente de oro», bello cuento de Las mil y una noches que reúne lo fantástico, lo maravilloso y lo mágico, recuerdo que fue contado en noche de luna por una campesina analfabeta, pero con una memoria que parecía sobrenatural.
Aquella experiencia infantil aportó argumentos para entender después que hay mil maneras de contar una historia, y todas legítimas. El narrador oral hace que todo su cuerpo participe: la boca, los gestos, los silencios y los innumerables matices de acentos y entonaciones. Hasta el entorno cuenta, porque una cosa es narrar y escuchar bajo un bombillo eléctrico, y otra muy distinta es hacerlo bajo la luna llena y los susurros de la montaña; incluso la tensión del relato se incrementa con los elementos naturales.
Esos antecedentes me anticiparon la doble función de la literatura: ser útil (enseñar) y dulce (placentera). La infancia y adolescencia de Marco Antonio, el cronista de Cascajal, transcurrió entre el campo y la ciudad. “Desde pequeño fui un curioso buscador de historias”, me ha dicho Marco. Y sí que fue afortunado al nacer en una región del sur del Cauca (valle del Patía) en donde confluyeron etnias que a la postre vinieron a formar una raza de «todos los colores». “La academia me dio la pluma y el campo las historias”, me ha dicho Marco Antonio.
Con ese menaje, el cronista Marco Antonio solo tuvo que sentarse a escuchar duendes «dueños de casa» y viejos narradores del Patía. Y así, a través de testimonios y tradiciones, el cronista pone en manos del lector la idiosincrasia y la cultura popular de esa región del Cauca. Por ejemplo, nos informa de una familia indígena, los sindaguas, que como ninguna otra resistieron el asedio de la conquista española; con una obstinada genética nada proclive a la sumisión: “No aceptaron la esclavitud y rechazaron el adoctrinamiento religioso”. De ellos provienen los awa o «guardianes del conocimiento», que sabían de las sagradas virtudes de la hoja de coca para combatir el hambre, la sed, el dolor y el cansancio. Eso sí, lejos de imaginarse que el mismo Estado, en obscena blasfemia, la bautizaría más tarde como «la mata que mata».
Nos informa el cronista de la presencia en el Patía de negros rebeldes que construían muros naturales de resistencia: “lugares donde (también) se reunían para sus ceremonias, para comerciar y compartir…” Los «palenques», que con el tiempo se convirtieron en pueblos. En fin, treintaiún relatos que dan cuenta de la riqueza cultural de este valle caucano. “Son las creencias con las que nos criaron los abuelos, y son normas más fuertes que cualquier otra naturaleza”.
De esas fuertes tradiciones emana también la maliciosa sabiduría popular de los refranes: «No hay cosa más maluca que negro con título, indio con plata y blanco con apellido». «Los hombres en la cocina huelen a mierda de gallina». He aquí un pequeño fragmento de la prosa de Cascajal. «En el valle del Patía se cree que todos nacemos inocentes a tal punto que somos angelitos, hasta que se nos mancha el alma con pecados como negar a Dios, mentir, chismosear, envidiar, odiar, robar, hacer brujería o irrespetar a los papás».
Coletilla: Visite Popayán, Ciudad Libro – 2021, en su cuarta edición; del 24 al 31 de octubre.
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