La influencia no dicha
Por Donaldo Mendoza
A finales del 70, a pocas puertas de la entrada a la facultad de Humanidades, de la Universidad del Cauca, había una librería con el indócil nombre de «El Zancudo», ‘el único contra el que los gringos no pudieron’, era su eslogan. A la vista de sedientos lectores, recuerdo, estaba la portada de un libro: Tres mil años de historia en Cien años soledad. La evocación se hace más poderosa cuando en aquel momento no se tuvo el dinero para comprarlo. Una lectura reciente me ha revuelto la nostalgia.
Hace poco terminé de leer una novela del escritor ruso, exiliado en Berlín, Vladimir Nabokov (1899-1977). La obra en cuestión titula La defensa (1930), en la edición de Anagrama, 2018. Sorpresas depara esta novela, en relación con Cien años de soledad (1967). Al punto que es probable que hubiese sido una de las últimas lecturas de Gabo antes de sentarse a escribir su obra cumbre. Son tantas las coincidencias, que bien admite establecer un paralelo.
Mi extrañeza es que ni Gabo ni los críticos hubiesen hablado de esa influencia o, mejor, de esta vigorosa presencia omitida en los tres mil años mencionados. En efecto, entre obras y autores influyentes se han mencionado: la Biblia, Sófocles, Kafka, Joyce, Virginia Woolf, Faulkner, Hemingway; pero ni una palabra del ruso. El pasmo crece con el descubrimiento de una reciprocidad de rasgos comunes en las vidas del colombiano y el ruso. Empecemos.
Hay una columna de prensa de Gabo, publicada en El Espectador en 1981, titulada «Bogotá, 1947»; allí cuenta: “Bogotá era entonces una ciudad remota y lúgubre, donde estaba cayendo una llovizna inclemente desde el principio del siglo XVI. (Había llegado) de la costa con trece años mal cumplidos, con un traje de manta nagra…, y con un chaleco y sombrero…” Deja entender Gabo que se sentía como un exiliado dentro de su propio país.
Nabokov está en Berlín, con la herida de la nostalgia abierta; pues había salido de Rusia con sus padres en 1919, dos años después del triunfo de la Revolución. La defensa, su primera obra maestra, es un desosegado testimonio de las condiciones en que vivían los rusos exiliados; Berlín era entonces como una pequeña Rusia. Esto confiesa el narrador: “Había llegado de un modo magnífico, un día gris y verde de constante llovizna, tocado con un desgarrado sombrero de fieltro negro y calzado con unos chanclos enormes…”
La primera frase de Cien años de soledad, que todos recuerdan, reza: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. En El olor de la guayaba, conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, Gabo dice: “Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, tuve la revelación: debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas… Y agrega: ”Recuerdo muy bien el día en que terminé con mucha dificultad la primera frase, y me pregunté aterrorizado qué carajo vendría después”. Se entiende el terror, pues esa primera frase le fue «revelada».
En la segunda página, tercer párrafo, el narrador de La defensa nos cuenta: “Muchos años después, en un inesperado periodo de lucidez y encantamiento, recordó con pasmoso deleite aquellas horas de lectura en la terraza, amenizadas por los sonidos del jardín”. ¿Qué hallamos?: La frase adverbial (tiempo) inicial, el inciso que le sigue, el verbo ‘recordar’ y la expresión temporal adjetiva [aquella(s)…] posterior. Y también la «revelación», cap. v, pág. 77: “La idea del libro se le presentó por sorpresa y con toda nitidez mientras esperaba en la sala de conferencias de un café de Berlín”.
El episodio de la «peste del olvido» en Cien años de soledad parece tener su resonancia en “esa nieve característica del olvido”, en La defensa. Un rasgo de estilo en Gabo es el registro ‘exacto’ que suele hacer del tiempo, para enfatizar la verosimilitud de lo narrado; también lo hallamos en La defensa: “Dieciocho años, tres meses y cuatro días”. Para la extensión de este artículo, creo que lo dicho alcanza a ilustrar sobre las ‘vidas paralelas’ de estos dos grandes de la literatura.
Y esta COLETILLA: García Márquez usó el término «carroñero», como una práctica común en los novelistas: tomar de otros cosas ‘prestadas’, siempre que convinieran a sus propios fines. Gabo, por ejemplo, es honrado por la nobel canadiense Alice Munro, quien en su cuento “Dimensiones” incluyó unas líneas de Crónica de una muerte anunciada, ligeramente modificadas: «Doree había salido corriendo de la casa e iba dando traspiés por el jardín, apretándose el estómago con los brazos como si la hubieran abierto de un tajo e intentara que no se le salieran las tripas».
♦♦♦