ANTONIO CABALLERO

Periodista y narrador

Por: Donaldo Mendoza

Antonio Caballero Holguín (Bogotá, 1945-2021) fue considerado por décadas el mejor periodista, en el género escrito, de Colombia. No por escribir mejor que los demás, sino por encarnar dos principios naturales del periodismo: ética e independencia. Simpatizaba con la izquierda, pero nunca renunció a la libertad de criticar con acerada autonomía cuando advertía vicios e inconsecuencias en políticos de esa tendencia. Por esa razón lectores de todas las ideologías reconocían en él la esencia básica del periodismo: credibilidad.

Ese es el Caballero que ha perdido el periodismo colombiano. Nos queda su impronta espiritual, y un caprichoso espejo cuya luna de cristal refleja dos retratos: 1) el del periodista comprometido con los valores universales de la ética y la independencia, los mismos que le hicieron decir a Arthur Miller que un buen periódico es una nación hablándose a sí misma; y 2) el periodista que sacrifica la credibilidad de su pluma por defender intereses de gobiernos, de partidos o de credos; para quien «libertad de prensa, de expresión o pensamiento» no son más que borrosas galimatías.

«A los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Desde la madrugada de sus treinta y un años Escobar contempló la revelación, parada en el alféizar como un pájaro: a los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Increíble». Así empieza su novela, Sin remedio, 1984. La única. Por eso hay que leer en clave la inicial referencia al poeta francés, cuya pasión por escribir parece que terminó cuando también acabaron sus alucinaciones. A Caballero le parecieron suficientes 515 páginas para mostrar en extensa metáfora lo que ocurría en Bogotá y Colombia en la década del sesenta. Y no olvidemos que Caballero fue también caricaturista, de modo que la novela bien puede leerse como una consumada caricatura de la sociedad.

No hago ninguna revelación si digo que la novela captura el interés del lector. Allí está la virtud de la recia prosa del muy leído columnista, un verdadero maestro de la ironía y el sarcasmo; otras figuras no serían de igual eficacia para mostrar una sociedad pervertida y sin remedio. Un eslabón más en la saga del universo latinoamericano, cuyas sociedades doscientos años después siguen esperando las promesas de la Independencia. Igual que en la Colonia, una mezquina clase gobernante se reparte la riqueza y deja la limosna para las mayorías oprimidas.

No hay salvación aparente, si nos atenemos a la suerte final del protagonista, Ignacio Escobar –un poeta de 30 años–, cuyo único remedio para seguir viviendo sería estar muerto. Pero la novela, en general, lleva en su naturaleza la ambigüedad, para que el lector busque la ventana desde la que se avizoran utopías. La ironía y la sátira, connaturales a Antonio Caballero, ocultan un velo de salvación. El malestar y la desdicha social configuran utopías; y de eso sí que sabe Colombia.

La primera edición de Sin remedio fue publicada por la editorial Oveja Negra (1984), en la colección Biblioteca de Literatura Colombiana, No 10.

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Donaldo Mendoza

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