Por Donaldo Mendoza
Más que el movimiento de las campañas, a menos de un año de elegir presidente, son las encuestas y las redes sociales las que “informan” sobre quién será el que gobernará en Colombia durante el periodo 2022-2026. Y todo “indica” que será Gustavo Petro Urrego. Esa eventualidad tiene de punta los nervios de algunos políticos y empresarios que desde ya están haciendo hasta lo imposible para que eso no suceda. Eso se percibe con mayor ahínco en las regiones fronterizas, para la muestra: la capital del Cesar.
En Valledupar es fácil escuchar en corrillos, especialmente en la plaza Alfonso López (debajo del palo e’ mango), comentarios como: “Tengo terror de que gane Petro, porque nos vanos a convertir en Venezuela”. “Si gana Petro, al otro día tramito la visa para salir del país”. E innumerables frases por el estilo. Así sucedió hace cuatro años; y Petro, que había ganado en la Costa en primera vuelta, perdió en la segunda en casi todos los departamentos costeños. En suma, la campaña del miedo dio resultado.
No importa que las propuestas de Petro en lo social y ambiental sean las mejores, el problema es Venezuela. Como si Colombia fuera el mejor vividero del mundo, cuando el actual escenario social no puede ser peor. En efecto, una investigación reciente del Banco Mundial, resumida en los noticieros de televisión, reveló que “Colombia tiene uno de los niveles más altos de desigualdad de ingresos en el mundo; siendo el segundo entre 18 países de Latinoamérica y el Caribe. Y el más alto entre los países de la OCDE…” Un cuadro que ha tocado fondo con las secuelas de la pandemia: 22 millones de colombianos viven con 10 mil pesos diarios (DANE).
Tres países de Suramérica son referentes históricos de lo que pueden alcanzar gobiernos de izquierda con el acertado liderazgo de sus presidentes. Brasil, antes de Lula da Silva, tenía altos niveles de desigualdad social; al final de su segundo mandato, ese país pasó a ser la octava potencia económica del mundo, y la brecha social se había angostado. Bolivia, era un estado fallido en donde no se alternaban presidentes sino golpes de estado; cuando Evo Morales fue obligado a dejar el cargo, el país registraba los más altos niveles de crecimiento económico y bienestar social. Ecuador, era el referente de pobreza más cercano que tenía Colombia; cuando Rafael Correa salió, solo la red de vías 4G despertaba la envidia en la frontera vecina. Y lo que el lector conoce del sabio Pepe Mujica, exguerrillero tupamaro y presidente de Uruguay.
Entretanto, los que con intereses mezquinos quieren que Colombia siga como está, solo tienen ojos para Venezuela. Ponen el grito en el infinito porque Petro ha propuesto comprarle tierra a un notable terrateniente, a fin de que una parte de los 7,7 millones de labriegos desplazados (ACNUR, 2018) regresen a hacer producir esa tierra, sembrando pan coger y no palma africana ni pasto para ganado. Nada de eso. Porque el país ideal de los profetas del desastre es la Colombia desigual en donde al pobre se le entretiene el hambre con flacos subsidios, y con el oropel de un billete de cincuenta mil que le ofrecen por el voto.
Entonces, para qué gastar tiempo en la elaboración de propuestas, si con miedo es suficiente. Amanecerá, a ver qué vemos esta vez.