Saturio Valencia Carabalí

1: Yo, Saturio Valencia Carabalí, hijo de la negra Tránsito y del blanco Domingo Valencia, insurrecto desde chiquito, de verija caliente, aguantador de palos y de ofensas, nacido en Berenjenal, y antes de nacer casi ahogado y después untado el ombligo con baba de anguila para que fuera resbaloso para los enemigos, recolector de recuerdos, fantasioso, defensor de la hembra en la que he sembrado el cacho de la vida, apresado, maltratado, vilipendiado, promulgador de libertades, compañero de Mojarra, Diostedé, Sietecueros y Moruno, partícipe de estos actos y de muchos otros que me es largo y prohibido enumerar, yo, Saturio Valencia Carabalí, apodado en buena hora El Diablo, soy el personaje de esta novela de Manuel Zapata Olivella, escritor que se reclama negro, nacido, muchas décadas después que yo, en un pueblo de pescadores y de zandungueros llamado Lorica un 17 de marzo de 1920.
2: Escrita con un mosaico de técnicas, con pluralidad de personajes narrativos, El fusilamiento del Diablo va cambiándose con la amplitud de su espectro, con la fortaleza cierta y vertiginosa de su temática. Con esta novela, Manuel sigue botando coraje narrativo, demostrando que aún tiene la posibilidad de expresar en su literatura el dolor y la rebeldía no sólo de los negros sino de todos los condenados de la tierra. Pues si algo no se le puede escatimar a Zapata Olivella Manuel es su convicción de que la literatura debe estar inmiscuida en el torrente de los hechos sociales, beber de ellos, no dejarlos que transcurran impunes y en cualquier noche se los lleve el verde o amarillo río de la mala memoria. Tal es su celo que a veces da la impresión de que sus personajes pensaran y hablaran no con la autonomía propia que deben tener los personajes literarios, sino con la furia justa que ya le es conocida al autor de Changó, el Gran Putas.
3: A mí, a Saturio Valencia Carabalí, Manuel Zapata me ha rescatado, ha roto los eslabones del olvido y me ha entregado a ustedes. Ahora seré más que Saturio Valencia Carabalí, el temor de los explotadores de Quibdó y sus alrededores o la repugnancia de la gringamenta, soy letras e historia, novela, boca que cuenta mi historia y miles de historias, boca que habla de los socavones, del río, de las grúas devorando barrancos, de la sangre, de las noches de espanto, de la Eustaquia, a la cual le engendré un hijo y del notario Licurgo Orobio, mi antiguo patrón, su hermano, se lo hizo arrancar de las entrañas.
4: “El fusilamiento del Diablo” se mete en la leyenda, en el conocimiento y en la fe. Por él camina un lenguaje duro, escrito en reiteradas ocasiones para buscar camorra. O para demostrar que los temas duros necesitan en la literatura lo que exigía Nietzsche: “escribir con sangre porque la sangre es espíritu”. Manuel combina, con alta eficacia, sobre todo en la primera parte, el lenguaje poético con el lenguaje de denuncia, con ese lenguaje que no afecta, que no mejora, que no eufemiza, que se limita, soberbio y humilde, a llamar las cosas por su simple nombre.
Como demostración de ello, nos encontramos con diálogos burlescos, corruptores, delatores, e hirientes como este:
—Mister, yo le corro todas las escrituras que desee. Siempre habrá modo de entendernos en el precio.
—En este país da gusto trabajar. Empleados muy competentes.
5: Desde el cepo, donde espero el fusilamiento, puedo oír a la tía ciega. ¡Cómo me duelen sus ojos! Los ojos que no tiene. La tía que quiere estar acompañándome por última vez. Sí, tía, aquí estoy, la oigo, le veo sus ojos, su marca de sapo sobre el rostro desfigurado. Porque a usted también le tocó. No le dieron látigo. Pero su madrina, dizque por celos, por creer que su padrino le chupaba los senos, le echó candela sobre los ojos. Y después, todo fue una cicatriz monstruosa en plena cara, y luego, la oscuridad total. Entonces usted caminando a tientas, agarrada a la pared, reemplazando los ojos con el tacto, desarrollando otro sentido para sustituir la vista que, por negra, su maldita madrina le quemó.
6: Nunca pensé en coronarme emperador de los negros, pero muchos vieron en mi furia, la furia de todos, y cada golpe de machete que yo daba no sólo era mi brazo el que lo impulsaba. Mi rabia, mi camino, mi tea encendida eran los de todos los negros explotados y desconocidos en su propia tierra.
Sin embargo, cuando para escarmiento del pueblo, me sacaron de la celda y sobre mi pecho pusieron un cartelito que decía ”Soy incendiario, asesino y ladrón”, los blancos reían y aplaudían, y algunos negros torpes y borrachos bailaban la humillación, y festejaban la muerte de alguien que alzó la voz para hablar por todos.
7: Manuel Zapata Olivella ha escrito acerca de Tránsito Carabalí. Precisamente, ella fue mi madre, la misma que se dejó montar por el blanco Valencia cuando él se le metía a la pieza a altas horas de la noche. La misma que parió a mi hermana Gertrudis, y la misma que se empeñó en que yo fuera a la escuela del maestro Nicomedes para que aprendiera las letras y no me tocara como destino el que soportó otro Saturio, mi abuelo, convertido en una mula humana que viajaba a Medellín.
Cuando pienso en mi madre debo, desgraciadamente, pensar en mi padre, en el blanco Valencia, su preñador y su asesino. Pues fue él, tratando de sacarle otro engendro, quien la castigó y a patadas la mató.
Entonces yo juré que lo mataría, pues no era nuestro padre sino nuestro terror.
8: “El fusilamiento del Diablo”, novela escrita desde las profundidades de la sangre, es una historia de estímulo para los que deciden abandonar la condición de explotados o de modernos esclavos. Allí, un poco a lo Hemingway, queda la certeza de que el hombre, en este caso Saturio Valencia Carabalí, puede ser vencido pero no derrotado, pues solo sobreviven “los que no se entregan ni mendigan”.
Como obra de arte literaria, El fusilamiento del Diablo tolera varias lecturas. Pero una de las más contundentes es su lectura política, que nos conduce a develar las contradicciones sociales, sus principales actores y el engranaje de poder que defiende un estatus afincado en la explotación y en la supremacía de la indignidad.
El fusilamiento del Diablo tiene presencia y vigencia. Narrada desde un tiempo que ya fue, se mantiene vigente en el tiempo que es, pues en su trama subyacen los rescoldos de discriminación y de ofensas que se pasean aún intactos por las aguas de hoy.
9: Yo, Manuel Saturio Valencia Carabalí, que casi nunca uso el Manuel, nací en Quibdó el 24 de diciembre de 1867. Y estoy aquí en una celda hoy 7 de mayo de 1907. Termina también el 7 del día de mi nacimiento. Me acusan del incendio de dos casas en la calle principal de Quibdó, la calle donde viven los blancos. Incendio que no cometí. Y los incendiarios, según el artículo 29 de la constitución de 1886, tienen como castigo la pena de muerte. Todo ha sido un parapeto, un montaje. Me tomé unos rones con un primo llamado Arnoldo Mena y otros amigos, y aprovecharon para darme unos tragos compuestos, que me emborracharon y me hicieron perder los sentidos. Entonces me quitaron los documentos de identidad, dos pañuelos y el cinturón de cuero de caimán. Cuando al otro día reaccioné, ya estaba en la cárcel, con esposas puestas, sindicado de incendiario.
Pero la verdad es otra, y hay que decirla, aunque sea en el último día de mi vida. Me están cobrando mi relación y la preñez de Deyanira Castro, blanca ella, hija de blanco poderoso, a quien yo acuso de haber inventado todo esto del incendio y del hallazgo de mi cinturón y de mi cédula en el sitio de la conflagración, cosas que me fueron robadas durante la borrachera que me produjeron los tragos envenenados, delito que se pagaba con la pena de muerte hasta hace pocos días cuando fue excluido el artículo asesino. Esa es su venganza. Y ahora, la norma que suprime esa pena, no llega al Chocó, se retrasa o se pierde en el camino. Y si no llega, para las autoridades, a las cuales yo tanto incómodo y tanto me odian, no habrá vacilación para aplicar el severo castigo.
10: Hoy es mi día, nací a las siete y muero a las siete. A los asesinos revestidos de autoridad, poco les importa que yo haya sido el primer negro que aprendió a leer por sí mismo, que me haya destacado en el colegio de los capuchinos, que haya sido el primer negro matriculado en la escuela de leyes de la Universidad del Cauca, que les haya enseñado música y canto a muchos de sus familiares, que me haya ganado el título de capitán durante la Guerra de los Mil Días, o hubiese sido juez de la república o personero municipal de Quibdó.
Ninguno de esos atributos, cargos o méritos son válidos para los que tienen sed de revancha. ¿Mi pecado? El amor hacia Deyanira, una blanca. Y ser negro. Esa es la única y escondida verdad. Todo mi proceso, que, en otros casos similares, demora meses o años, duró seis días y la condena debía ejecutarse de inmediato. ¿Qué será de mi hijo? Yo, Manuel Saturio Valencia Carabalí, seré el primer fusilado cuando ya en Colombia no existía la pena de muerte. Deben estar de plácemes la blancamenta y la gringamenta de Quibdó.
JOSÉ LUIS GARCÉS GONZÁLEZ: Escritor, ensayista y catedrático universitario. Director del periódico cultural El Túnel, de Montería, Colombia. Su más reciente novela es ‘Epístolas de la vida falaz’. El presente texto pertenece a la segunda edición inédita del libro ”Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y de la historia” .
Email: jlgarces2@yahoo.es
- CORTESÍA DE: ALEJANDRO GUTIÉRREZ DE PIÑERES Y GRIMALDI
- alejandro.gdep@gmail.com
COLUMNA DE LOS ESCLAVOS

La Columna de la Libertad de los Esclavos, popularmente llamado como la ‘Columna de los esclavos’, es el único monumento en Colombia que conmemora la abolición de la esclavitud en Colombia.
Está localizada en la Plaza ’29 de Mayo’del municipio de Ocaña, Norte de Santander.DATO HISTÓRICO:
En 1851, el primer gobernador de la Provincia de Ocaña, en Norte de Santander, Agustín Núñez, ordenó erigir una columna que perpetuara el acontecimiento de la manumisión de los esclavos, ley que se dictó el 21 de mayo del mismo año. Se construyó en el centro del parque principal del municipio, la Plaza 29 de Mayo. Aunque la ley entró en vigencia a partir del 1 de enero de 1852, la columna se empezó a construir el 6 de diciembre de 1851.
Sin embargo, entre los hechos históricos y las leyendas que alimentan las tradiciones y el orgullo de los ocañeros, hay una fecha de muy poca trascendencia en el común de la gente. Publicaciones y documentos históricos realizados por Luis Eduardo Páez García, presidente de la Academia de Historia de Ocaña y miembro de la Academia Colombiana de Historia, hacen referencia al 22 de diciembre de 1851 como la fecha en la que se inaugura la Columna de la Libertad de los Esclavos.
Según los registros históricos y citando la investigación realizada por Páez García, “la Columna de la Libertad de los Esclavos está construida en ladrillo, y tiene las siguientes medidas: Altura: 10 varas, la vara de Castilla para Ocaña, equivalía a 0.84 metros; es decir, que la columna tiene 8.4 metros de altura. Su base mide 2.5 metros y tiene cinco anillos que representan las cinco naciones libertadas por Simón Bolívar, cada uno con un diámetro de 1.20 metros”.
LEYENDAS:
Dentro de la tradición oral y popular corre la historia de que en la base de la columna se encuentra un cofre de cristal que contiene el acta con la lista de los esclavos manumitidos, que está dentro de una urna de madera que a su vez se guarda en una de hierro. Otra versión afirma que los ladrillos con los que se construyó la base están bañados con la sangre del coronel Miguel Carabaño y los ocañeros Salvador Chacón y el sargento Hipólito García, quienes fueron fusilados el 9 de abril de 1816 por instrucciones del general Pablo Morillo.
Quizás el hecho que más ha marcado la historia de esta columna es que hay quienes dicen que no era blanca y que sus ladrillos estaban a la vista, situación que termina generando polémica, ya que la Dirección Nacional de Instrumentos Públicos determinó que desde su fundación la columna estaba recubierta por cal, y que retirar ese cubrimiento afectaba la estructura. Por tal razón, en 1988 se da orden a la administración municipal de la época de que la estructura retorne a su color original y que conserva desde entonces.
Pero es el 11 de abril del año 2002 cuando la columna recibe por parte de la Dirección de Monumentos Nacionales la máxima distinción que este monumento merece, al declararla Bien Cultural de Interés Nacional debido a que es el único símbolo que testimonia la liberación de los esclavos.
Al cumplirse este año los 450 años de la fundación de Ocaña, resalta este ícono que representa la cultura y tradición, pero sobre todo la fuerza y la templanza de los hijos de este municipio, que también ayudaron a la construcción de la historia de nuestra nación.
