JOSÉ ATUESTA MINDIOLA: VOCACIÓN CONGÉNITA

Por: Julio César Espinosa*

“Comete un pequeño pecado quien no canta su asombro”, dijo un poeta caucano**. Y traigo a colación la breve verdad de mi coterráneo para valorar “EPIFANÍA DE LA MEMORIA”***, de José Atuesta Mindiola, el decimero y bardo de Mariangola–Valledupar que ya al nacer se sabía poseso de una musa que lo hacía condensar el mundo en la magia de la palabra.

Con el siguiente tropo el maestro Atuesta, ya en los inicios de su libro, elabora la contextura de su poesía: “Templo de mis sueños y vigilias”.

Mediante la primera palabra de su definición ya habremos entendido que el poeta ha sacralizado el reino de su lírica, por lo cual el lector es invitado a incursionar en un dominio consagrado: no puede haber nada más meritorio y sacro que la poesía. Es en un lugar de tal condición donde hallan refugio los sueños y el insomne sentir del bardo vallenato.
A mi parecer, he venido observando en la fértil labor de Atuesta, los límites que demarcan su reino, las fronteras hasta donde llega su aliento, pese a que toda lírica sueña con la infinitud. Esos confines los halla uno siempre en la naturaleza. Los versos de “Epifanía de la Memoria” se apropian a cada instante de elementos naturales administradores de una labor de mojones que bellamente sellan la expresión o la metáfora.

Así, con la suavidad con que discurre un río manso, nos vamos encontrando con “el perfume anónimo de la rosa”, “la sonrisa fértil de la lluvia” y “los ángeles del viento” (El tiempo no se detiene).

En casi cualquier construcción del poeta, Natura agradecida presta su concurso para que el verso llegue a la cumbre de su expresión: los árboles “duermen al silencio de la sombra” y el higuito es un “apacible soñador de los bosques”; la ceiba surge como “bosquejo de ballena” y “detenerse en el festivo cañaguate es levitar en la magia de la luz” (Retratos de árboles paisanos).

Memorable es declarar con Atuesta que “Si el pájaro prescindiera/ del temor a la muerte, esperaría cantando/ al hombre voraz que se le acerca”. “Y la ardilla, plácida entre las ramas/ ignoraría la certera piedra del acecho”. O “La mula, sin el acoso del jinete/ trazaría de nuevo el camino/ donde el espanto asaltó su paso” (Quién le teme a la muerte).

Estos paradigmas llenos de caballos, flores, vientos, soles, luces, follajes, ríos, mares y desiertos hacen su epifanía, uno a uno, para organizar la siempre inmensa amplitud con que nuestro rapsoda vallenato fija la impronta de su inspiración.

Aparte de este libro y de otros como “Poética de la cultura vallenata”****, el lector descifra los hermosos hábitos creadores de Atuesta, fundamentándose en muchas de sus espontáneas y originales décimas, con las cuales el poeta declaró su admiración por Mariangola, con seguridad el rincón del mundo donde ocurrió el momento fundacional de su ser. No podemos imaginar la cuna de Atuesta sino como un pesebre construido por el propio Dios, donde sus pinceladas impares estaban constituidas por auroras, cerros, colibríes y fuentes.

Entonces se explica uno el porqué las primeras impresiones de la infancia hayan dejado huella tan visible en la emoción creadora de nuestro bardo.

“Los tambores de la aurora
Son los espejos del día
Donde el sol es sinfonía
En el color de la flora.
Mi bella tierra sonora
Eres agua de mi sed,
Porque en ti yo comencé
A beber la poesía,
Mientras mi padre escribía
Versos al Cerro de Lavé”.

(Mariangola)

De tal modo dejamos aclarado el título de esta breve nota: sí, estamos ante una vocación congénita. En el vientre sagrado de la hermosa maestra Juana Mindiola de Atuesta ya el rapsoda parecía pulsar con tenues movimientos de manos la música de los versos.

In crescendo, en su “Poética de la cultura vallenata”, el maestro Atuesta reversa su numen en el tiempo para rememorar horas de la infancia con su progenitora, que “Evocaba de Mariangola, su tierra prometida: el sol derretido en las sabanas, el chapaleo de invierno con los zapatos nuevos en las manos, la frescura del agua en la tinaja…”.

No obstante todo lo anterior, en la obra del bardo hay otras marcas de forja que vienen edificando sus distintivos, su voz propia, su identidad que le presta un nicho importante en el panorama nacional. Una es su sincera visión de la grandeza ajena. De su universo metafórico Atuesta ha desterrado el narcicismo: él no se engrandece; por el contrario, su voz sencilla y magnánima a la vez, se consagra a destacar los valores humanos concretos de su tierra: maestros, poetas, autoridades, excelsos prelados, hacen su epifanía en nuestra memoria y llegamos a saber de su existencia por la estrofa que los pinta como seres que van dejando una huella benéfica en el mundo.

Otra marca la encontramos en la solidaridad que el bardo Atuesta revela hacia seres abstractos, como en el soneto “El exiliado”, condición peregrina y dolorosa que solemos padecer durante nuestra vital trashumancia: “El exiliado transporta consigo los pequeños lugares de la infancia” y “lejano de otras culturas, testigo,/ sus noches glosan lunas en estancia…”.

Y finalmente, meto mi desvalorizado ego en el siguiente comentario, para declarar mi complacencia por la dedicatoria que me hace de su soneto “Voces de los ancestros kankuamos”.

Este último vocablo me condujo a colarme por el internet, ya que de antaño, casi desde la juventud, había inflamado mi alma de admiración por los koguis y arhuacos, pero no sabía de los kankuamos. Ahora la metáfora cosmogónica me mostraba a este pueblo nativo de la Sierra Nevada de Santa Marta como una de las patas de la mesa sobre la que se sirven y alimentan con deleitado respeto los otros pueblos aborígenes de estas montañas mágicas.
Claro, ilustrísimo poeta José Atuesta Mindiola, nada existe más honesto y valioso que hundir las propias raíces en los lejanos y agrestes condominios donde germinó nuestro ser. Únicamente así es posible –como lo expresa en su amable dedicatoria—“vencer la oscuridad”.
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*Miembro de la Asociación Caucana de Escritores A.C.E.
**Omar Lasso Echevarría; LA POESIA EN LA CIUDAD LETRADA.
***Atuesta Mindiola, José, EPIFANÍA DE LA MEMORIA
Gráficas del Comercio S.A.S., Valledupar, 2020
****Atuesta Mindiola, José, POÉTICA DE LA CULTURA VALLENATA
Gráficas del Comercio S.A.S. Valledupar, 2018

EL NUMEN CREADOR DE ESCALONA

 Por JULIO CÉSAR ESPINOSA

Antes de que se retirara de mundo social, Rosendo Romero Ospino me dispensó una buena amistad. Poeta, intérprete del acordeón, cantante de vallenatos inolvidables, había nacido en Villanueva y se había hecho” libre en toda la Goajira”. Largas horas conversé con él sobre Rafael Escalona, sobre sus cantos, decires y nostalgias. 

Entre ambos escudriñábamos un misterio: aparte de la poesía popular que vivifica los cantos de Escalona y del tremor humanísimo que viste sus melodías, ¿cuál era y es el mayor mérito de maestro en su relación con el vallenato?

Daniel Samper se limita a decir en sus numerosos apuntes de prensa que el vallenato “cuando nació la radio en Colombia, por los años treinta, fue uno de los primeros invitados a probar la magia del micrófono.”

En el artículo sobre el maestro, publicado en EL PORTAL VALLENATO (https://portalvallenato.net/category/donaldo-mendoza/), Donaldo Mendoza hace un balance de sus más famosas composiciones y se esfuerza en destacar los temas alrededor de los cuales giró siempre su inspiración. 

El tema central, el amor, en efecto, cubre como un manto la producción de Escalona. No solo la cubre, la humaniza y la distingue con un lenguaje que nunca pretende ser rebuscado sino, por el contrario, cotidiano, casi trivial pero con ese trance estético sencillo y grandioso al tiempo, que proviene de los hechos casuales y simples de que se compone la vida. 

Con Rosendo solíamos discutir acerca de si, en la obra musical de Escalona, es la melodía la que embellece la letra del canto vallenato o si es la metáfora simple y sorprendente la que realza y engalana las melodías. 

Sea como fuere Escalona había sorprendido al mundo con unas composiciones donde su valor intrínseco provenía de la condición genuinamente humana del sentimiento. Esta apreciación de modo indefectible lleva a contrastar con el bambuco, siempre afectado de cursilería y vulnerable a la crítica que descree de tal son como el ritmo que tipifica a Colombia y le da identidad musical. Por algo dicen que en el Festival del Mono Núñez pueden presentarse grupos de variadísimos géneros menos del vallenato, que está desterrado por sensual, pecaminoso, populachero y otras yerbas. 

Y agrega Samper, con sobrado acierto: 

“Seguramente la música de acordeón, que tuvo como evangelistas a la guitarra y la armónica, empezó a brotar en muchos puntos a la vez, ya que no fue obra de artistas sedentarios. Por el contrario, recorría el campo con los vaqueros, acudía a ferias con los campesinos, llevaba noticias de aquí y de allá con los primeros trovadores y juglares de la región. Más tarde se desarrolló en las colitas, juergas marginales que hacían los pobres en el patio de atrás del festín de ricos, y se reveló a muchos colombianos del interior que llegaron en los años veinte a trabajar en la Zona Bananera de Santa Marta. Fue música de parrandas, de desafíos, de fondas y de burdeles”. 

Haber bebido en esas fuentes le dio magnanimidad a la obra de Rafael Escalona, porque lo legítimo en la producción musical de nuestra patria no puede ser lo académico, con todo lo respetable que ella pueda ser, sino lo que circula por las venas populares. La academia, en cambio, hace sus estudios en los territorios de la base, el pueblo. 

Pero concluyo reconociendo en Romero Ospino un analista juicioso al enseñarme que el gran maestro Escalona fue el primero –sí y que las generaciones futuras no lo olviden– en percibir la grandeza del canto vallenato, su fuerte valor identificatorio de nuestra nacionalidad y que con su numen lo universalizó. Hoy nos conocen en el mundo más por el vallenato que por el bambuco. 

Mi canto preferido del maestro es “La Brasilera”. Allí expresa que su amor por Piedad Dos Santos, hija del (por la época) embajador de Brasil en Colombia, “es más tormentoso que las aguas del Amazonas”. 

Rafael Calixto Escalona Martínez. Autoretrato

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*Miembro de la Asociación Caucana de Escritores A.C.E.