Por: Alfonso Osorio Simahán
Cuando todavía no había cumplido los 8 años de edad le pidió al Niño Dios que le trajera como regalo navideño un acordeón, aunque fuera chiquitico. Soñaba con imitar a un grandulón ensombrerado, piel morena y diente de oro que lo había cautivado de encantos, cuando en las Fiestas en Corralejas de Sincé de aquel mismo año, jaloneó el fuelle de su instrumento como sólo lo hacen los iluminados.
Pero fue tan modesta la petición del niño Tino que, cuando llegó el día y la hora de reclamar el ansiado aguinaldo, lo invadió más la desilusión que la alegría: con su natural algarabía, revisó primero debajo de la cama; luego, palmo a palmo cada rincón de la habitación, y no halló nada. Estaba a punto de renunciar en su búsqueda cuando se le dio por sacudir con desgano y por instinto infantil la almohada, encontrando debajo de ella una caja en miniatura de forma rectangular y en cuyo interior venía una curiosa violina -armónica o dulzaina-, made in China. No supo si tirarse a reír o llorar.

Su padre, “el viejo Fausto”, de quien heredó con nobleza no solo su nombre sino sus marcados apuntes jocosos, le aplacó el desconsuelo diciéndolo que el Niño Dios, como prueba de aplicación, le enviaba primero una violina, y si la aprendía a tocar, seguro, para las próxima navidades le traería el soñado acordeón. Su primo, “El Pocholo”, desde muchacho un mamador de gallo empedernido, fue al límite en su papel de consolador: lo terminó de relajar explicándole que la tal violinita no era más que uno de los peines sonoros -lengüetas- que traen adentro los acordeones; y que para el año entrante buscara en el mismo sitio el resto de ellos y también el “cascarón” donde estos van colocados, para que lo ensamblara; entonces, ya podría contar con el anunciado acordeoncito.
La verdad fue que, el acordeón nunca llegó, pero no porque en algún momento no lo hubiesen deseado sus padres, sino porque tuvieron el presagio que por culpa de ese bendito aparato se frustraran sus ilusiones de ver en un futuro a su primogénito exhibir un título universitario.
Lo que no calibraron con precisión cualitativa sus bondadosos padres, fue en la agudeza del oído musical e inusual destreza en el manejo de las manos, labios y pulmones del Niño Tino, que en menos de 3 meses ya este era un virtuoso en la ejecución de aquel sencillo instrumento de viento. Lo primero que hizo al dominarla, fue montar en su repertorio medio centenar de canciones, como La Perra, La Paloma Guarumera, La Mafafa , La Picinga, El Compaé Menejo, Dominique, Lirio Rojo, Asi soy Yo, La Cachucha Bacana, El Testamento, Juan Charrasqueado, el Himno Nacional… y hasta Pueblito Viejo, en versión guaracha, entre otras.
Desde entonces la violina se convirtió en su inseparable machete para el deleite, el cual con ademanes de malabarista sacaba con pasión de sus bolsillos, para animar cualquier reunión familiar, parrandita o evento social que la casualidad o una invitación formal lo permitiera. Con el paso de los años coleccionó violinas en todos los tamaños y gustos.
Fue desde muy temprana edad también que se le reveló su genuino talento y vocación para el relato oral; otra de sus excelsas facetas, donde gravita de manera superlativa el humor y la picardía. Crea, ataviado de esas virtudes innatas, una particular forma de comunicarse con sus amigos, utilizando hechos verídicas que van a ser la materia prima conque tapiza de humor sus cuentos, chistes, anécdotas y pasajes de personajes famosos o del ciudadano común. Realidades que recoge con alforjas de alegría, en su amplio peregrinar, cuando le tocó al visitar veredas, corregimientos y municipios de toda la región sabanera, ya fuera por compromisos o por simples circunstancias. Ese botín anecdótico, que va a parar a su universo creador, lo clasifica y sazona para luego vaciarlo como bálsamo contra el tedio, la tristeza y amargura a todos sus fieles contertulios. Muchas de aquellos innumerables pasajes que logra desfosilizar, las versifica; otro tanto las matiza con melodías arcaicas de nuestro folclor Caribe, dando origen, tal vez sin proponérselo, a sus primeras composiciones que al final terminaron convertidas en unos verdaderos “sainetes” musicales. La aceptación de estos relatos por parte del gran público -pese a someterlos al maquillaje-, ha sido por su rigurosa habilidad en combinar elementos agrestes con urbanos. Esto ha permitido que las carcajadas y festejos hayan llegado sin muro de contención a todas las capas sociales.
Culminó con éxito la carrera de arquitectura en una Universidad de Bogotá, sin necesidad de claudicar a su eterno apostolado del deleite, que siempre lo ha acompañado; y en contra de los temores de algunos allegados que sospechaban que iba terminar como Aureliano Segundo, el personaje aquel de Cien Años de Soledad que, por culpa del acordeón, quedó atrapado a una vida disipada y de parrandas perpetuas. Hoy, con insondable firmeza confiesa, que la arquitectura, el canto y la risa, van de la mano. “…Yo lo que trato es de conducirlos a un mismo vertedero… para que se defiendan…”.
En sus periplos profesionales, contratado algunas veces por parte del Estado, y otras mediante la Empresa Privada, le tocó verse obligado a vivir en varias regiones de Colombia como el Casanare, Arauca, Medellín, Cartagena y otros pueblos de la Costa. Más tardaba en presentar sus credenciales, que en conectarse con simpatía y popularidad en esos ocasionales parajes, esgrimiendo como puente afectivo sus dos armas insalvables: el canto y el cuento. Por eso remarca sin ambigüedad que, las brillantes muestras artísticas que pone en práctica, son el gran producto de “exportación” de su adorable región. “Mi papel, sencillamente es promocionarlas”. Como buen Arquitecto sabe lo que es edificar un constante escenario humano para proyectar su obra.
Cuando contrajo matrimonio por segunda vez y el medio cupón asomaba a su almanaque, revisó su bitácora. Vio que la brújula estaba siempre orientada en Sincé, su tierra natal. Su gran teatro de su inspiración. No lo pensó dos veces para establecer allá su nuevo hogar, en compañía de su joven esposa ; una hermosa abogada y paisana.
Fue en esta población que sus eternas amistades estimularon hasta el acoso su humilde compostura, para hacerle notar que ya era hora para que se sacudiera del anonimato y, regalara al gran público su original cantera musical. Aceptó con algunas reservas el consejo, admitiendo con humildad que “el tiempo del Señor es perfecto”. Comenzó por compilar, con el apoyo de melómanos especializados, lo más selecto de su vasto repertorio inédito.
Se estrenó como cantautor, en un álbum donde incluyó 15 temas interpretados con acordeón y guitarra, de varios géneros rítmicos de la Costa Caribe; todos con el gusto y el sello “Faustiniano”. En el preámbulo de cada una de las composiciones hace un breve relato sobre la historia que da origen a esos cantos. Pocos son los hogares sinceanos que no tienen en su discoteca esa invaluable producción, que aún en la actualidad disfrutan como una agradable novedad. Un año después en que se dio a conocer su opera prima, se valió del cantante vallenato de estilo jocoso Horacio Mora, quien saltó a la fama con la canción Osama bin Laden, para que le grabara media docena de composiciones, entre las cuales se destacaron El Alcalde Embustero, El TLC y Los Zapatos Chinos.
Son muy pocos los certámenes y festivales folclóricos de la región en que no haya participado y, no se haya reconocida su benévola contribución al folclor tradicional. En la 25° Edición del Encuentro Nacional de Bandas en Sincelejo, ocupó el primer lugar en la modalidad de Porro Tapao Cantao, con la canción “Sucre Tierra Mía”. En el Festival de la Leyenda Vallenata, dentro del Concurso de la Canción Inédita, se ha convertido en un concursante vitalicio. En las últimas seis ediciones sus composiciones han logrado sobrepasar el filtro de las primeras fases eliminatorias, record que pocos concursantes llegados de otros predios, que son sean de La Provincia, ostentan. Hoy, suele decir en su consuetudinario estilo: “estoy afinando el “carrache”-garganta- y “cuacando”-ensayando- la memoria para grabar un CD de puros cuentos y anécdotas que van a poner a reír hasta el colombiano más insípido-sostiene.
Hace una década, coincidiendo con las fiestas patronales de San Luis de Sincé, en las cuales se venera a la Virgen del Perpetuo Socorro cada 8 de septiembre, cuajó de manera fortuita una memorable tertulia, animada por supuesto, de licor, anécdotas, evocación, chistes, canto, pero sobre todo de profundo arraigo, donde el protagonista, fue Fausto.
La primera colación que extrajo de su florido anecdotario fue aquella vez, cuando recién graduado de arquitecto, lo llamó a su apartamento en Bogotá un potencial cliente, para solicitarle un presupuesto para colocar un jornal de palma al caballete una casa de bajareque de dos aguas. Supo más tarde que era un amigo y paisano que el cobraba como traviesa venganza una de sus insólitas charadas.
La segunda de esas evocaciones es de un perfil más épico, y en la cual este humilde cronista, hizo parte como compinche de aventuras. Fausto, retrocede el tiempo y se remonta a comienzos del año 1976 en Cartagena, fecha en la cual él estudiaba bachillerato, y yo hacía vueltas para ingresar a la universidad. Para esos días se nos alborotó apasionadamente el pichón de folcloristas que llevábamos dentro, cuyo resultado fue emprender una “juglaresca correduría” a predios del Cacique Upar, desafiando toda cordura, para presenciar en cuerpo y alma el Festival de la Leyenda Vallenata de aquel mismo año.
La oportuna invitación a ese certamen nos las hizo nuestros respectivos relojes suizos; que terminaron en una casa de empeño en la calle de la Media Luna. El escaso dinero, que a cambio recibimos, apenas si cubría los costos de los pasajes. Pero a pesar de la precariedad en los bolsillos, no impidió que disfrutáramos a lo máximo de una memorable parranda vallenata debajo del legendario “palo e mango” de la Plaza Alfonso López, de un suculento sancocho, mientras nos bañábamos en Hurtado; en ayudar a sostener en los hombros al maestro Náfer Durán cuando bajó de la tarima la misma madrugada en que lo coronaron Rey Vallenato, entrar a una caseta que amenizaban Jorge Oñate y “Colacho Mendoza; traernos como valioso trofeo en la valija, un casete con la canción inédita ganadora Yo soy a Vallenato del autor, Alonso Fernández Oñate; ni nos impidió dejarnos caer por primera vez unos “ristrancazos” de una “María Namen” , ni mucho menos, dejamos de codearnos y compartir con los más dignos representantes de la cultura vallenata .El Fausto resumió toda esa gratificante diversión en una frase bíblica: ”después de esto, el diluvio”.
En síntesis, redondeamos como opulentos fanáticos, una apoteósica faena a la cita festivalera a pesar de dos imprevisibles deslices, pero que a la postre sirvieron para condimentar estas anécdotas. El primero, cuando Faustino inventó un macabro pretexto para poder entrar a la caseta donde tocaba “Colacho”.
El sombrero de este Colacho, más que una simple prenda de vestir, era un símbolo de su imagen pública; aunque muchos digan que lo usaba como cábala, vanidad, o simple alcahuetería a su prematura calvicie; lo cierto era que le daba categoría y distinción. Fausto, sin intención de irrespetar esos valores, le pidió a la entrada de la caseta, con rostro afligido, si podía sostenerle el sombrero un ratico, con tal de poder entrar gratis a la caseta. Yo enseguida giré para otro lado, esperando la recriminación del músico. Mas sin embargo, el maestro estaba en su día, nos miró de arriba abajo y al vernos la pinta de necesidad fiestera empujó suavemente a Fausto por la espalda hacia adentro y, más atrás me lancé yo.
El otro pintoresco lunar fue en la susodicha caseta, cuando en la madrugada estábamos a punto de coronar un par de novias. Pero la casual conquista se arruinó cuando les dijimos que lamentábamos tener que regresar al día siguiente a Cartagena porque teníamos un examen de filosofía, y no habíamos repasado nada. No nos acordamos en medio de los efectos de las cervezas, que media hora antes le habíamos metido el cuento que estábamos estudiando el primer año de medicina.
Es bien cierto, que han sido muy merecidos los halagos y reconocimientos que acumula Faustino en el campo de la música. Pero para este improvisado crítico y amigo de toda la vida, su gran aporte a la cultura popular ha sido incorporar como hábil artesano su chispeante humor a la tradición oral. Disponer las veinticuatro horas del día con su natural caracterización, para convertirse en un estelar terapeuta de la risa mediante el jolgorio y la animación en cualquier matrimonio, cumpleaños, velorios, plazas, parrandas, buses, almacenes, reuniones, mítines… y pare usted de contar, lo hacen irrepetible.
Desde época esplendorosa del mítico personajes, Homero Zolá, el más grande fabulador y cuentero de la región, cuya fama ha perdurado por más de tres generaciones, no había emergido en el firmamento de la comarca, y esto lo decimos sin ponderación visceral, otra figura que sembrara el recreo espiritual en la población con el tinte de la sencillez, diversión y espontaneidad como lo hace Faustino. Posee el don de aglutinar en la mente de sus contertulios un deseo expectante y, luego mantenerlos con el alma en un hilo para que, como quien espera un menú exquisito, exclamen con ansiedad: “Que nos tendrá el Fausto para mañana?
Hoy cuando terminaba de escribir esta crónica, recibimos la grata noticia de que ganó el segundo lugar en el concurso de la Canción Indita en el 53 Festival de la Leyenda vallenata, con el merengue ‘Un canto a la vida’, que es un recorrido por las vivencias con la familia, donde también plasmó en versos su deseo por un mundo mejor.

AUDIO, «UN CANTO A LA VIDA» – SILVIO BRITO E IVO DIAZ:
ALFONSO OSORIO SIMAHÁN