La historia de un rey que volvió a ser niño

Hace un año, Andrés Beleño, rey vitalicio de la piqueria, sufrió una isquemia que borró la información de gran parte de su cerebro, como las facultades para hablar y tejer su discurso y la prodigiosidad de su memoria, tan propias de su repentismo. Ahora, con terapias y el amor de los suyos, avanza en el proceso de reaprender y reescribir partes de su vida.

Siete décadas de versos y jovialidad, ingenio y gracejo, destreza rítmica y consolidación constante de su dignidad de rey se durmieron un día de abril en que su flujo sanguíneo extravió el camino y no llegó a su cerebro, morada de células que entonces fueron privadas de oxígeno y nutrientes esenciales para vivir, por lo que muchas murieron llevándose con ellas gran parte de las habilidades verbales, mentales y motrices del monarca. Un mal chiste para alguien como él, que se ha pasado la vida componiendo, cantando, bailando, viajando y ejerciendo el don sagrado de la palabra que le fue dado.

Un año antes, (abril de 2017) él – Andrés Emilio Beleño Paba – estaba en una tarima protagonizando una disputa de versos para ascender a la categoría de rey de reyes del Festival de la Leyenda Vallenata; aunque el puntaje no le alcanzó para llegar a la meta, sus improvisaciones cantadas ratificaron su esencia real y, sobre todo, refrendaron el sitial que solo él ocupa en ese certamen: rey vitalicio de la piqueria. Fue en abril, hace cuarenta años, que fue coronado como primer rey de la piqueria del Festival, que para ese año alcanzaba su versión número 12 y estrenaba este concurso.

Andrés Beleño, rey vitalicio de la piqueria, vive días de reposo, en el calor de su hogar, recibiendo el afecto de su esposa e hijos, reaprendiendo a habLar y reconstruyendo paso a paso su esencia artística, con los fragmentos de recuerdos que le va suministrando su memoria. Foto: Mariaruth Mosquera


La vida del rey cambió, ahora asiste a terapias con las que médicos y familiares intentan ayudarlo a reescribir esa parte de la memoria que le fue borrada, producto de la isquemia cerebral que en abril de 2018 lo llevó a los linderos de la muerte, afectando su sistema neurobiológico y en consecuencia dificultando sus procesos cognitivos, como el lenguaje.

Es como un niño que no logra aún el pleno desarrollo comunicativo-lingüístico, por lo que su interacción social es limitada; cuando van a visitarlo sus amigos, cada vez en un flujo más mermado, tienen dificultades para entender su discurso y es menester que Nelsy Mendoza, su eterna compañera y enfermera de cabecera, cumpla la función de traductora de su esposo. Entonces él dice a través de ella, que la mano derecha fue la afectada, pero tiene menos movimiento en la izquierda porque dicen los médicos que estos accidentes suelen ser ‘cruzados’: si tienen su origen en un lado, recibe la mayor afectación en el otro.

“A él le dio una isquemia y fue grande la parte del cerebro afectada, pero gracias a Dios, todos los médicos que lo ven se quedan sorprendidos de que él quedó con movimiento, porque normalmente las personas quedan paralizadas. Al comienzo tenía menos movilidad, pero sí iba al baño, se cepillaba los dientes y comía solo, despacio pero lo hacía”, cuenta Nelsy.

Terapia del lenguaje, en la que le refuerzan el ejercicio de tejer las palabras verbalmente y le muestran letras para que las identifique y pueda construirlas en la escritura; terapia física para darle fluidez a su parte motriz, para optimizar su movilidad; terapia ocupacional que tiene como meta traer al presente los recuerdos que duermen en el fondo de su memoria; “lo ponen la música de él, a recordar y a cantar y hacer cosas que le devuelvan la memoria”, explica su esposa.

Es aquí donde entra en escena el arte y su fuerza curativa, pues cuando familiares y amigos le tararean fragmentos de sus canciones, Beleño encuentra el resto en su memoria y las canta, con la mágica y maravillosa característica que estas las logra expresar claramente, incluso la música, su música, le infunde bríos a sus músculos y puede bailar un poco, al tiempo que canta: “Mamá… ¿usted sabe, donde esta María? venga pa que la vea tiene la fiesta prendía meneando la batea bailando con grosería y haciendo cositas feas Venga pa que la vea”.

La evocación de sus cantos, el ejercicio de su pasión artística, transforma a este compositor y le va trayendo uno tras otro fragmentos de sus canciones. Además de ‘La batea’, grabada por Jorge Oñate, entona ‘El gorrero’ que le grabó El Mono Zabaleta; ‘Que se vaya’, grabada por Churo Díaz; le arranca risas entonas una que hicieron éxito Poncho Zuleta y ‘El Cocha’ Molina, dedicada a una mujer que “quiere vivir como la campana: tan, tan, tan, tan, tan”, y hasta una canción grabada hace 30 años llega a participar de la convocatoria de recuerdos musicales.

Todas estas son manifestaciones de mejoría, dice su compañera, pues al comienzo fue muy difícil: “A él se le olvidaban más las cosas. A veces llegaba alguien y lo saludaba y conversaba bien con él, pero cuando se iba me preguntaba quién era”. Así es, la isquemia le borró cosas, prácticas, conocimientos, personas y muchas cotidianidades, pero mediante la voluntad, la fuerza, las terapias y un profundo afecto familiar, este rey está cumpliendo con éxito su proceso de reconstrucción de memoria.

“Yo tampoco me he quedado solamente con el tratamiento del médico y del especialistas sino que también le he dado medicina natural y una proteína que he sentido el avance bastante, gracias a Dios”, explica su compañera fiel y resalta que la mejor terapia es el cariño: “el amor; y esa sí que no le falta. Ninguna terapia funciona como esa: el cariño”.

Estos han sido tiempos sin poder cantar sus cantos ni bailar sus bailes. “Ya no tengo memoria, ya no recuerdo bien las cosas”, dice el rey; pero sí ha sido un año de reposo, de compartir en familia los momentos que la condición un tanto nómada de la vida artística le impidió por muchos años, de recibir la visita de los amigos y de sus hijos que siempre lo tienen encabezando la lista de sus prioridades. “Ya él hizo lo que hizo y lo importante es que lo tenemos aquí con nosotros dándole afecto. Yo estoy muy agradecida con Dios porque he visto su gloria”, expresa Nelsy.

UN LEGADO EN EL VERSO

En su casa reposan muchos de los más de cien trofeos que Andrés Beleño ha obtenido, gracias a su destreza en la creación espontanea de versos. De igual manera, hay diplomas, notas de estilo y reconocimientos que le han hecho en festivales y otros eventos folclóricos, para destacar que él es autoridad en la piqueria, tal como lo reconoció la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata al elevarlo a la distinción de rey vitalicio, que le da una connotación perpetua a su título de rey. La suya ha sido una escuela seguida por decenas de verseadores que se inventan bailes en tarima y hasta intentan imprimirle a su estilo repentista la picaresca que él impuso a lo largo de estas cuatro décadas de triunfos.

Pero no solamente es su arte para la creación de versos, sino el extenso legado de canciones, sobretodo de puyas, que año tras año reviven y ayudan a ganar a concursantes del Festival de la Leyenda Vallenata; puyas como ‘El contendor’, ‘El combate’, ‘Me peino con la lengua’, ‘Vaya pa’ atrás’, Los parecidos’, ‘Pico y espuela’, ‘Lo vi corriendo’ y ‘Soy maestro’, son interpretadas por acordeoneros que buscan la corona de reyes.

Y ni qué decir de su particular manera de vestir, al punto que se habla del ‘estilo abeleñado’, que no es otra cosa que el uso de camisas con estampados coloridos y poco comunes. “El tema permanente de la forma de vestir de Beleño hizo carrera; por ejemplo si a mí me veían llegar con esta camisa, me preguntaban ¿y donde compraste esa camina abeleñada? Yo creo que él en algún momento de su vida se dio cuenta que eso lo favorecía, que la gente estaba pendiente en los festivales y esperaban a ver cómo llegaba vestido”, dice el periodista Richard Leguízamo Peñate, jurado permanente de festivales del país.

Ha sido un estilo que su esposa intentó contrarrestar –sin éxitoalguna vez: “Yo como no era muy gustosa, le cambié las camisas, le iba sacando una de esas floriadas y se la reemplazaba por una seria; las recogí y las mandé para el pueblo de él (Chiriguaná); pero él se iba al centro y las compraba, una vez llegó con una que era una gallina con un poco de pollitos; y mi mamá también se las hacía”, narra la mujer que se dio por vencida en ese intento.

Pese a las limitaciones traídas por la convalecencia, a la tarea que hoy tiene de reaprender la vida, Andrés Beleño sigue siendo un hombre alegre y dicharachero, que superó el desconcierto y el insomnio de los primeros meses en este estado, cuando se levantaba a media noche y su esposa lo encontraba sentado en una mecedora de la sala, pensativo y confundido; que permanece alimentado de cariño y del arte que se abre paso en su memoria para hacerlo cantar, para infundirle de a poquito la fuerza a su cuerpo, para recordarle a sus músculos la conexión indisoluble que tienen como la música, para ejercer su baile, tan propio de él.

La última vez que se batió en duelo de versos fue un año antes del accidente cerebrovascular, cuando participó en la versión rey de reyes del Festival de la Leyenda Vallenata y ocupó el tercer puesto. No obstante, hubo viajes permanentes a homenajes o invitaciones especiales que llegan de todo el territorio nacional, donde él sigue siendo rey. “Él tiene la gracia que todo el mundo lo quiere. A mi papá (Carmencito Mendoza) que era músico también, no le gustaba andar con él porque decía: A Beleño hasta los pelaitos lo llaman y se queda hablando con ellos”, cuenta Nelsy.

Quienes lo conocen bien pronostican que él volverá a los escenarios, porque aunque algunas de sus funciones resultaron afectadas, su chispa y fuerza vital permanecen intactas, así como el arte que le hierve por dentro y en medio de las dificultades que hoy presenta su expresión verbal, lo obliga a cantar, a hacerlo bien, y no lo deja olvidarse de que él sigue siendo el rey de la piqueria.

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Hace dos años Andrés Beleño Paba recibió su segundo diploma de bachiller honoris causa, otorgado por el colegio Milciades Cantillo. Ya el Instituto Técnico Upar lo había graduado seis años antes.

BACHILLER HONORIS CAUSA

Andrés Emilio Beleño Paba nació en Chiriguaná, centro del Cesar, el 22 de septiembre de 1948, según su cédula, el 30 de noviembre, según sus cuentas. Fue el primogénito de Francisco Nicanor Beleño Rojas y Olga del Socorro Paba Acosta, quienes completaron con él una veintena de hijos. “Desde pelao me tocó trabajar, y bien duro”, contó hace menos de dos años cuando el colegio Milciades Cantillo le otorgó el diploma de bachiller honoris causa. Dijo entonces que en su natal Chiriguaná fue al colegio pero no alcanzó a graduarse. “Hice hasta tercero de bachillerato, porque siempre me echaban o suspendían del colegio, porque no arriscaba para el estudio. Lo mío era el trabajo, tal y como lo aprendí desde muy pequeño”. No lo logró entonces, pero ahora cuenta con dos diplomas, ya que también el Instituto Técnico Upar lo había graduado como bachiller académico honoris causa en 2001.

POR MARIARUTH MOSQUERA / EL PILÓN



Con la corona de canción inédita, Octavio Daza cierra su ciclo en festivales

Octavio Daza Gámez, de 39 años, es hijo del icónico compositor Octavio Daza Daza, quien falleció cuando él tenía apenas 19 días de nacido; no obstante, durante toda su vida ha llevado en alto no solo la bandera poética de su padre sino la fuerza de sus genes que se refleja en su físico, pues es idéntico a él.

Sólo en versiones rey de reyes se le verá concursando a partir de ahora a Octavio Daza Gámez, quien este lunes se coronó rey del concurso de Canción Inédita del Festival de la Leyenda Vallenata. Ha estado por ocho años compitiendo en los distintos certámenes que se realizan en el país y había ganado en 200 de ellos, contando triunfos de primero, segundo y tercer puesto, incluido el rey de reyes del Pedazo de Acordeón que ganó el pasado jueves en El Paso-Cesar. Pero la meta, el gran reto, era ganar en el ‘papá de los festivales’, como él lo denomina, y hoy esa es una meta cumplida, por lo que cierra el ciclo de participación en los festivales y abre espacio en su quehacer para que en el camino de su vida se activen senderos nuevos para transitarlos, mientras se presenta la oportunidad de aspirar a la cima suprema: ser rey de reyes.

“Para uno como compositor es muy importante el logro del rey vallenato en el festival más importante del folclor, que es el Festival de la Leyenda Vallenata. Yo considero que en estos momentos Octavio Daza va a dar un paso al costado, va a presentarse a los festivales, pero cuando sea rey de reyes”. El anuncio lo hizo el nuevo rey de la canción en visita al diario EL PILÓN, pocas horas después de la hazaña que le abrió un espacio en la galería de monarcas del certamen.

Llegó agotado con tan solo dos horas de sueño, pues desde que su nombre fue proclamado en el Parque de la Leyenda Vallenata su teléfono no ha parado se sonar, con llamadas y mensajes de amigos, cercanos, colegas y periodistas que tienen para él felicitaciones, palabras de aliento y orgullo o preguntas para conocer mejor al nuevo rey. “Estoy muy agotado. He tenido una jornada muy extenuante porque al coronarse uno como rey no me imaginé fueran tantos medios los que estuvieran ahí con uno de la mano; gracias a ustedes por estar ahí cubriendo el evento más importante del folclor vallenato. Apenas terminé entrevistas con los medios salí del Parque de la Leyenda me fui a la casa”.

Con una visible emoción y agradeciendo a Dios “porque permitió que se diera en el tiempo de él, como se deban dar las cosas”, habló del recorrido que hizo hasta llegar a este anhelado destino, representado en el triunfo y de lo que este representa en relación con otros títulos ganados: “La diferencia es que me acabo de ganar el festival por naturaleza más grande que tiene el folclor vallenato esta es la expresión más grande de nuestro folclor y además es el más importante. Los 200 festivales que me he ganado son importantes, pero vienen siendo hijos de este que es el papá de los festivales”.

Cuando tenía tan sólo ocho años y se usaba pseudónimo para concursar en los festivales, Octavio se presentó como ‘El hijo del poeta’ al Festival Cuna de Acordeones de su natal Villanueva – La Guajira, donde fue declarado fuera de concurso con su canción ‘Trazando un camino’, veredicto que lo llena de orgullo: “Porque tenía tan solo ocho años, participando junto con grandes como Roberto Calderón, Hernando Marín Lacouture”.

Continuó su carrera festivalera, cantando canciones de otros compositores, lo que considera le permitió acumular la experiencia necesaria para cantar sus propias canciones y ganar en estas competencias, aunque su llegada al festival de Valledupar fue posterior.

“Yo venía en años anteriores presentándome y ganándome todos los festivales, pero con mis canciones. Cuando llegué a Valledupar en el año 2002 comencé a viajar y ganarme festivales, pero nunca me había presentado en este Festival; gracias a algunos compositores que me dieron la oportunidad de presentarme; gracias a mis tíos Julio César y Emilia Daza que fueron los que me dieron a conocer en el festival; comencé con ellos, después le canté al maestro Juan de Dios Torres, le he cantado a muchos compositores de la música vallenata en los distintos festivales. He cantado como por siete u ocho años en el festival y he llegado a cuatro finales: una con el maestro Juan de Dios Torres, en la final de rey de reyes con un son de la autoría de mi tío Julio César; el año pasado con una canción de mi autoría –‘Cuánto me duele’- y este año Dios me premió con el paseo de mi autoría ‘Sentimiento profundo’.

Ante esta brillante estrella de triunfos y la gran meta alcanzada este lunes, surgió una pregunta para el rey: ¿Cómo hace para manejar el ego, para mantenerlo en su sitio y no permitir que se le suban los humos? “Bueno, esa es la personalidad de cada quien. La humildad siempre debe reinar. Yo siempre he tomado esto como un concurso, no como rivalidad; hagámoslo a manera de piqueria, pelean las canciones, los concursantes en tarima, pero hasta ahí nada más, porque uno tiene que ser amigo de los amigos y yo, particularmente, nunca he tenido ninguna disputa con ninguno de mis contrincantes”.

Terminada la visita a EL PILÓN, se despidió y salió caminando por la carrera séptima, agradeciendo más mensajes y llamadas, programando las visitas a Patillal y Villanueva que lo reclaman de inmediato para celebrar y exaltarlo por ser orgullo de esas tierras, nacido en Villanueva, hijo un orgullo patillalero como Octavio Daza Daza.

Así es Octavio Miguel Daza Gámez, enemigo del alcohol y amante del jugo de fresa con leche, la sopa de mondongo, la pezuña de vaca con malanga; padre de tres hijos (Octavio de Jesús, Tomás Gerónimo y Simón David), nacidos en el hogar conformado con Yurleidys Sáchez; bachiller del colegio Roque de Alba de Villanueva, técnico profesional de Equipo pesado para minería, egresado del Sena y estudiante de primer semestre de Música en la Universidad Popular del Cesar.

Por: Maríaruth Mosquera/El Pilón.

Ana del Castillo, una promesa cumplida

Por: María Ruth Mosquera

Detrás de la potente voz de la joven cantante, quien hoy batalla por su vida en una clínica de Valledupar, está la historia de una herencia ancestral, de luchas, determinaciones y de los proyectos que hoy están en espera.

Ella es reina de un castillo, no porque se haya casado con rey alguno, como lo define la Real Academia de la Lengua, sino “por derecho propio”, dado por su ancestralidad y su destino, que comenzó a tener lugar aquel viernes 9 de abril (1999) cuando siendo la 1:30 rompió la tarde llorando el llanto de los que por primera vez se asoman a la luz del mundo, al que llegaba no solamente para alegrar a su parentela sino a resignificar, al menos en su entorno, la evocación emblemática de la tragedia (‘El Bogotazo’) que marcó esa fecha para el país y que ese día era noticia nacional porque se cumplían setenta años.

Ana María Cecilia Del Castillo Jiménez. Había expectativa por su nacimiento, debido a que la niña venía con promesa: “En el momento que mi hermana sale embarazada, Dios a Rosita (Rosa Jiménez) la da una palabra, dice: Lo que tú estás gestando es una bendición; y nosotros hasta el momento hemos visto la gloria de Dios en la vida de Ana María. Dios dijo que iba a ser una bendición y es una bendición”, dice Nubia Jiménez, su tía/amiga, quien fue la primera persona que la cargó al nacer. “La primera que la recibí fui yo, su tía. Nació linda, con los ojos entre verdes y grises y me los abrió; rubiecita; linda mi niña”.

Cuna de cristianos con talentos para el canto, por lo tanto su adaptación al mundo estuvo amenizada con canciones entonadas por su mamá y sus tías, que a su vez lo habían bebido de su madre Berta silva de Jiménez (abuela de Ana). De este modo, la información musical que recibía de oído se conjugaba con la que hidrataba sus venas por línea materna, pero con una fuerza avasalladora del linaje paterno, por cuanto ella es la hija de un tenor, lo que explica que su voz sea tan potente, tan distinta, tan distante de otras voces femeninas.

En palabras de Andrés ‘El Turco’ Gil, erudito en asuntos musicales y su mentor por un tiempo, “hay muchas mujeres que cantan bonito, pero Ana tiene una capacidad pulmonar superior”. Esa capacidad, explica, es como la equivalencia a la voz tenor de su padre, pero en femenino, que no es soprano, por cuanto este es un tono agudo propio de las “voces blancas” y la de ella “tiene más cuerpo, más potencia”, orienta Gil.

Por dos años, Ana Del Castillo permaneció bajo la tutoría de Andrés ‘El Turco’ Gil, como parte de la gran familia de su Academia de Música Vallenata.

La hija del tenor

La historia de Manuel José Del Castillo Amaris está escrita con música recibida a través de los genes de Cecilia, su madre, destacada dama de San Juan de Ciénaga, en el departamento del Magdalena Grande, por su belleza física que era similar a la de su canto y su maestría interpretando el piano. Allá nació Manuel, un cantante natural cuya voz romántica brotaba en forma espontánea en cada fiesta o reunión a la que iba, como expresión de su esencia.

Ana Del Castillo heredó su talento vocal de su padre Manuel Del Castillo, quien fue dueño de una potente voz tenor, a la cual debió renunciar debido a un cáncer que obligó a extirparle la laringe.

Fue así como el eco de su voz tenor llenó espacios en diversos puntos de la geografía nacional. El médico ofrecía recitales acompañado de destacados pianistas y también se llevaba el honor de ser declarado fuera de concurso en varios eventos de competencia. Terminada su carrera, se regocijaba ejerciendo sus dos grandes pasiones: servirle al prójimo a través de la medicina y derramar su alma en cada canto. Pero un día, como un mal chiste del destino, le diagnosticaron un cáncer en la cuerda bucal derecha; él se aferró con fe a un tratamiento, pero el parte médico le anunció algo devastador: Tenemos que extirparle la laringe. “Me hicieron una radioterapia convencional, pero no fue suficiente; el tumor se reprodujo y tuvieron que practicarme una traqueotomía definitiva; me cortaron la parte superior de la laringe”, narró el médico hace varios años en una entrevista en la que entregó detalles de esa etapa, que calificó como la “más dura de mi vida”.

La traqueotomía significaba despedirse para siempre y de manera abrupta de su voz y por ende de su arte de cantor. “Me quise morir”. No recordaba las últimas palabras que salieron por su boca, sí era consciente de que al despertar de la anestesia ya no podría hablar. Eso lo sabían muy bien sus familiares y amigos que lo abrigaron con su afecto de modo que el médico experimentó y pudo dar el mismo amor de antes, pero en una medida más intensa; ese amor que está por encima de lo expresable con palabras. “A los tres meses de la operación, ya estaba trabajando porque si uno se queda en su casa rumiando su tristeza, entonces sí es más duro”, relató.

Un radical cambio a la vida hasta ese entonces conocida que le costó tiempo y esfuerzo asimilar, porque “eso me apartó me la música; mi mayor apoyo era ella; antes cantaba y aprendí a tocar el piano”. Y todo ese amor musical lo volcó en la medicina y aprendió a vivir su vida nueva, que lo muestra con un laringófono colgado en su cuello, un aparato que interpreta y traduce las palabras que se originan en su interior, pero que se ahogan en su garganta, aunque su boca cumpla su función de gesticular lo que el aparato dice.

Una pasión por el canto que se truncó en su persona, pero que se hizo realidad a través de Ana María, única de sus hijos con el don del canto, el cual ejerció desde sus primeros años, según lo confirma Nubia Jiménez.

“Ana María se formó escuchando música clásica de su papá”, relata Jiménez y menciona nombres de grandes artistas de la música universal, entre ellos a Nat Kind Cole de quien el médico le dedicaba a su hija “Cachito, cachito, cachito mío; pedazo de cielo que Dios me dio; te miro y te miro y al fin bendigo, bendigo la suerte de ser tu amor. Me preguntan que porqué eres mi cachito y yo siento muy bonito al responder que porque eres de mi vida un pedacito al que yo quiero como a nadie he de querer” (Cachito mío). “Y esa niña era feliz cuando su papá le colocaba esa canción. Nosotros nos formamos en esa música con ella y ella cantaba”, precisa la tía.

Capitalizando su legado

De esta manera, lo que sucedió después en la vida de Ana Del Castillo no fue otra cosa sino la exteriorización de eso que lleva por dentro, que ha potenciado con decisión y esfuerzo, para lo cual ha ido encontrando en su camino ángeles que han valorado ese talento excepcional y la han fortalecido para quitar espinas del camino y avanzar hacia lo suyo, pues ha dicho que lo suyo es el canto.

Sucedió cuando abordó a Andrés ‘El Turco’ Gil y le pidió que la guiara musicalmente. “Yo estaba en el centro comercial Guatapurí y alguien me llamó, me dijo: Yo soy Ana Del Castillo y quiero ir a su escuela”. Lo que sucedió después fue su integración, no solo como alumna sino como moradora, a la gran familia que conforman los aprendices y maestros en la Academia de Música Vallenata Andrés El Turco’ Gil, a la que perteneció por un periodo aproximado de dos años, en los que su voz recorrió escenarios nacionales, incluido el emblemático Hotel Tequendama de Bogotá.

Pero antes de esto, en 2011, ya Ana había asombrado con su voz a Marbelle, Juan Carlos Coronel y José Gaviria, jurados de Factor X que le dieron un sí para pasar a las galas en Bogotá. Aunque la historia allí no se completó, ella continuó el camino que reconoció desde su ancestralidad y por el cual avanza con paso firme. Las redes sociales han sido fundamentales para contarle al mundo que ella canta, que lo hace en forma distinta.

Así llegó a ojos del acordeonero y compositor Rolando Ochoa, quien la invitó a cantar la canción ‘El apagón’ en la producción que hizo en homenaje a su padre Calixto Ochoa; siendo Ana la única voz femenina en participar. También por las redes sociales la descubrió el compositor Wilfran Castillo, quien le dio su bendición al punto de acompañarla con su guitarra a cantar; igual que el cantautor y acordeonero Omar Geles, con quien ha cantado en escenarios repletos de público. “Le brindaron confianza musical para hacer coros, Omar Geles para hacer el montaje de sus composiciones”, cuenta Oscar Ortiz, amigo y guitarrista de su agrupación, quien asegura que la voz de Ana “no tiene similitud con ninguna otra interprete” y expone una tesis sobre su capacidad respiratoria: “puede que su diafragma y físicamente su cuerpo le brinde ese respaldo muscular. Ella es una estructura que Dios diseñó especialmente para cantar”.

Un salto enorme lo dio esta artista el año pasado cuando no sólo cantó con Iván Villazón y Saúl Lallemand el tema ‘Pero qué va’, sino que protagonizó con ellos el video, poniendo de presente sus cualidades para el modelaje y la actuación en un video oficial que está cercano a los tres millones 800 mil visitas en Youtube. Es una artista de moda, cuya imagen aparece en carteles que anuncian los grandes conciertos, que actúa como invitada en tarima con destacados artistas de vallenato y cuyas apariciones en redes sociales se hacen virales en minutos.

Para este mes de febrero estaba previsto en lanzamiento del primer sencillo de la cantante, titulado ‘Dime qué se siente’, cantando a dúo con Omar Geles. Se trata de una fusión del género vallenato con el popular, al que las circunstancias pusieron un stop.

Un alto en el camino

Hoy la imagen de Ana del Castillo es viral por algo distinto a su talento y los dedos la señalan para bien y para mal, mientras ella libra una batalla por su vida en una clínica de Valledupar, después de hechos trágicos sucedidos la madrugada del miércoles 20 de febrero, cuando se movilizaba en una camioneta con el cantante urbano Juan Mindiola; hechos que la mandaron a ella en una unidad de cuidados intensivos con respiración artificial y a él a un centro de detención de la Fiscalía. Ambos salieron de esos sitios; ella para una habitación de la clínica, donde permanece en delicado estado de salud; él, a una libertad porque según la Justicia no hay pruebas que lo responsabilicen de las lesiones que llevaron a la artista a los linderos de la muerte. Y en la expectativa de todo, hay una sociedad a la espera del desenlace de todo.

Hay censura social que la ataca y defiende, pues por un lado están quienes la responsabilizan de lo ocurrido como una de las consecuencias que resultan como efecto lógico de sus propios actos; que la señalan porque bailó reguetón en tarima, porque se dio un beso con otra mujer, porque se montó en la madrugada en un carro sin que fuera alguien sobrio conduciéndolo; quienes sugieren que debe escoger mejor sus amistades y compañías… Por el otro lado están quienes defienden su derecho a ejercer su libre albedrío, así como los comportamientos equivalentes a su edad (19 años); quienes dicen que no está bien que por ser artista o figura pública una persona tenga que estar expuesta a la opinión de todos como si fueran dueños de su vida; que hay que estar en los zapatos de cada quien para saber por qué actúa como lo hace; quienes postulan que es ella a quien le corresponde decidir qué hace y qué no, con sus actos y consecuencias, porque al fin y al cabo es ella, como arquitecta y reina de su castillo, como protagonista y redactora de su historia, quien tiene la potestad para escribirla, haciendo tachones o enmendaduras, subrayando o resaltando sus memorias, cambiando o reafirmando el rumbo de la trama.

Por: María Ruth Mosquera

La eternidad del Negro Alejo

La historia de uno de los herederos de Gilberto Alejandro Durán Díaz, quien con 53 años de edad se ha encargado de impulsar el legado musical de su padre.

Que es posible para un humano alcanzar la eternidad en la tierra, dicen, y que hay pruebas de gente que se ha muerto, pero nunca se ha ido de aquí, que por esos artificios del cariño se queda habitando en lugares, sonidos, experiencias y personas, tal como sucede con Gilberto Alejandro Durán Díaz, el trotamundo que ya alcanza cien años, contando los de antes y los de después de su muerte.

Que sigue interviniendo la cotidianidad en los pueblos ribereños por los que solía pasar cuando andaba de “correduría”, con su pedazo de acordeón al pecho, el ardor por las mujeres en el cuerpo y el territorio en el corazón. Que con su verbo cantado suele romper el silencio en noches oscuras y que tiene poderes para actuar divinamente en favor de algunos fatigados por la vida.

Cuentan que a menudo lo perciben en el barrio Machiques de Codazzi, Cesar, en una casa de esquina con reja blanca, tocando con su acordeón canciones legendarias, sentado en un taburete junto a los sembrados plátano y limón del patio. “Es la viva estampa del papá”, dicen, y entonces se entiende que se refieren a esa forma de seguir existiendo a través de los hijos. El trovador centenario habita ahí, mediante el ser y quehacer de su hijo Alejandro Santiago Durán Gómez, también resumido, por cariño, en Alejo Durán Jr. Es inevitable asociarlos, dada la notable herencia de genes y arte.

Alejo Jr. es producto del amor viajero del juglar que en sus tiempos de juventud, cuando salió del abrigo de sus padres en la hacienda Las Cabezas, de El Paso/Cesar, y se hizo protagonista de una errancia musical que lo llevó de pueblo en pueblo, dejando en ellos recuerdos de memorables parrandas, de cantos allí creados, a mujeres enamoradas e hijos ahí engendrados.

Alejandro Santiago Díaz Gómez, mejor conocido como Alejo Jr.

En el puerto de Santana esperaban tres mujeres la llegada de la lancha procedente de Mompox para seguir camino a Magangué. Entre los tripulantes de la embarcación sobresalía uno; era alto, con brazos fuertes de ébano, sombrero y aspecto de quien tiene tranquilidad en el alma. “Fue con lo primero que me encontré”, narra Elisa Gómez, una de aquellas muchachas, sin poder evitar que una sonrisa de asalte los labios al evocar ese recuerdo. “Empezó a picarme el ojo. Íbamos mamá con dos niñas y otra señora llevaba otras dos y no le picó el ojo a ninguna otra sino a mí”. No hubo palabras entre ellos; sólo ese diálogo de las miradas que las hizo innecesarias. “Usted sabe que el amor entra por una simple mirada”, confirma Elisa. No se despidieron al desembarcar, pero sabían que se verían de nuevo y que tenían una historia pendiente. “Como a los dos meses nos encontramos y así duramos como cuatro meses, con miraditas; nos veíamos de vez en cuando”.

En cierta manera habían establecido una relación amorosa por medio de miradas; ansiaban esos encuentros; él iba todos los días al mercado y ella lo sabía; entonces confabuló con el destino y sus hermanas. “Dijimos: vamos al mercado a comprarnos un hueso bueno para una sopa y allá nos encontramos con el que estaba comprando. Se embarcó e hizo que se había ido y lo que hizo fue que el carro que nosotras nos vinimos le siguió la pata; cuando llegamos a la casa bajó la compra y mamá fue la que tuvo que cocinarle ese día. Él dijo, Dios es bueno y aquí es donde vamos a comer hoy”.

Ya con la confianza de su lado, con la venia de la suegra, a la que “le cayó como una bendición”, el joven acordeonero invitó a Elisa a las fiestas de San Juan Bautista en Buena Vista y se consolidó la relación, que daría como resultado a Alejo Jr. “Desde la primera noche me dejó la semilla”, se ríe Elisa y evoca los pueblos que visitó como acompañante o primera dama del que ya era conocido como El Negro Alejo. “El me llevó por toda Córdoba, Bolívar, Caucasia, Puerto Valdivia, Margento, Guaranda… ¿a dónde no me llevó? A donde iba a tocar me llevaba”.

Un idilio de un poco más de un año que claudicó por los celos de ella, por las infidelidades de él o porque así tenía que ser. “Yo era muy celosa y él esas mujeres lo abrazaban delante mío y no me gustó. Yo me le vine de allá de Montería”. Se fue a Codazzi, llevando el corazón en pedacitos, el dolor de imaginar a su amor picándole el ojo a otras y a su hijo de tres meses de nacido.

A Codazzi llegó Alejo tres meses después, diciéndole a Elisa que estaba enamorado, pero ella le respondía “¿quién vive contigo; tú eres muy mujeriego”; no obstante se fue de nuevo con él y vivieron unos meses más, al cabo de los cuales el amor perdió la guerra frente a la poligamia y los celos.

Se alejaron, sin poder separarse ya nunca más, pues permanecen conectados a través del retoño de su amor y de ese mismo amor que siguió y sigue habitándola a ella, aun después de la desaparición física de él y pese a que ella se unió maritalmente con otro hombre.

“Fue un amor eterno. Después de muerto, me llegó a la cama una noche. Yo lo sentí cuando llegó, se me sentó en la cama, se me acercó y me pegó un beso en la boca. Y yo dije ¡ay suéltame, suéltame! Me quería era como llevar con él, como cargarme y llevarme con él. Cuando yo le hice la bulla me soltó”. No ha regresado más, aunque ella lo sigue viendo a través de su hijo: “Es todo: La voz, el modo de tocar, toda la personalidad; es igualito a él. Yo creo que ninguno de los otros han sacado esa personalidad” y le pide a la humanidad que “que lo tengan como si estuviera vivo todavía, que lo tengan en su corazón, que donde quiera vean el hijo, lo recuerden a él”.

Seguirlo amando es un sentir común en algunas de las mujeres de los pueblos ribereños que se enamoraron profundamente del trotamundo, pero que no soportaron su manera de dividirse para tantas. Al tiempo que le juraba amor a Elisa, lo hacía con otras más, les picaba el ojo, les engendraba hijos, al punto que nacían contemporáneos.

“Yo soy uno de los mayores. Somos cuatro con la misma edad”, cuenta Alejo Jr., en cuyo inventario hay un registro de 22 hijos del juglar; no obstante, esta cifra varía de escrito en escrito, con 24, 25, 28 o incluso existe una tesis según la cual el número de hijos de Alejo Durán puede oscilar entre 35 y 40, dada su esencia de andariego enamorador.

Cuatro de sus hijos fueron bautizados con el nombre de Alejo; de ellos murió uno; y sólo dos siguieron el arte musical: Gilberto Alejandro Díaz Chacón, ‘Alejito’, (cuya madre es Catalina Chacón) y Alejandro Santiago Díaz Gómez ‘Alejo Jr.’ (cuya madre es Elisa Gómez).

Al Alejito no lo alcanzó a ver su padre tocando: “Ya después que mi papá desaparece, los amigos me insinúan: Alejo, tú eres capaz, pero yo estaba ocupado en una empresa. Ya hoy estoy en estas; mi papá ya había fallecido; nunca me vio tocar”, dijo en una entrevista, en la que añadió que “todavía es la hora que yo sueño con el viejo y lo veo vivo, esa es una vaina que le da a uno sentimiento”.

A Alejo Jr. lo intentó persuadir su padre para que no tocara el acordeón. Lo traía en la sangre, por lo que, al tener uso de razón, sólo necesitó dejar fluir esa conexión, atender el llamado de aquello que corría por el torrente de su padre, que estaba predestinado para él, que le hormigueaba en el cuerpo cada vez que escuchaba un acordeón. “Los amigos comenzaron a decirme: tú tienes que tocar acordeón, tú llevas eso en las venas y ahí comencé. Al maestro no le gustaba que uno aprendiera a tocar acordeón, porque decía que uno no iba a ser acordeonero ni artista, sino un bebedor de ron; aunque él nunca bebió”. Entonces restringía a sus hijos el acceso a su instrumento.

No vivieron juntos, por eso fue fácil para el muchacho ir adentrándose cada día más en la música, aunque cumplía sus labores como empleado en empresas. Se veían cuando el juglar pasaba por Codazzi y el hijo iba a verlo en los pueblos cercanos incluidos en el itinerario de cantos o en Planeta Rica. “Como padre e hijo, la relación fue muy perfecta, papá era un hombre muy vertical; no le gustaba que le cogieran los acordeones, pero un día que no estaba en casa lo agarré y cuando llegó me encontró tocando. Sólo me dijo: “Ya engarba” y nunca más de prohibió que tocara. Después tocamos en Valledupar, en Montería; cuando nos encontrábamos esporádicamente y comenzábamos a parrandear.

En medio de la conversación con Durán Gómez, empieza a sonar en su celular con música del papá, entonces confiesa que la mantiene siempre con él, “aprendiendo porque tanta música que dejó el maestro que uno ya no se acuerda. Yo no toco más música sino esa y si acaso toco de otro, lo hago con el estilo del maestro”. Tiene una agrupación musical con la que hace presentaciones por pueblos de la región Caribe.

Conversar con esta madre y este hijo es entender la tesis de la eternidad, comprobar que Alejo sigue vivo ahí en ellos y con ellos; que el hijo, que hoy ya cuenta con 53 años, sigue amándolo, admirándolo, cuidando la herencia que dice recibió de él: “La responsabilidad. Yo en mi vida no había visto un hombre tan sencillo y tan humilde como ese. Por eso es que el maestro Alejo es grande y querido por toda la gente, por su modo de ser respetuoso”, dice y agrega que recién ahora se está empezando a reconocer la grandeza de su padre. “De pronto nosotros no entendimos en aquella época la grandeza de la musical del maestro Alejo. Hoy es que se está valorando”, dice y menciona La ley 1860, por medio de la cual el Congreso de la República decretó proclamar el 2019 como el ‘Año conmemorativo a la vida y obra del maestro Alejo Durán’, hacer una escultura en El Paso, por ser su tierra natal; declarar el Festival Pedazo de Acordeón como Patrimonio Cultural de la Nación, así como la construcción y adecuación de la Casa Museo Alejandro Durán Díaz.

Por María Ruth Mosquera/ EL PILÓN/ 9/2/2019

Relato de dos cazadores mudados en ambientalistas y poetas cantores

Por: María Ruth Mosquera 

Sus predilectas eran las perdices. Le encantaba comerlas fritas con patacones, yuca o plátano cocido, cuando era muchacho. “¡Eran una exquisitez!”. Más adulto, cuando ya cazada con perros y escopeta, tenía como objetivo primario a los saínos, unos cerdos silvestres con una carne magra de calidad extrema que por muy gordos que estuvieran no tenían ni asomo de grasa. Adoraba sentarse a degustar un guiso de saíno.

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Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa

El entorno se prestaba para sus prácticas de cacería, pues Becerril donde nació era “otro mundo, una maravilla ecológica”, en la que confluían selva y sabana. Y él, Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa, se caminó esa sabana, desde Codazzi, pasando por Camperucho y siguiendo al río Cesar, bajaba por El Hatillo hasta llegar a El Paso y La Loma; una prolongación en cierto modo del desierto guajiro en las entrañas del Cesar, con las mismas especies animales y vegetales; ahí se daba el encuentro con la selva que se extendía por una ‘inmensidad’ de hectáreas.

“Entonces yo viví en sabana, en selva y en montaña, que era la cordillera de los andes”. O como lo proclamó algunos años después: “Yo fui el cantor de los cerros del río y del sol, que dejé una nota alegre en cada ansiedad y una melodía en las almas de mis amores”, un canto vallenato que hizo tras la despedida final de su amigo Octavio Daza Daza, quien como él se hizo poeta cantor, miembro del universo de trovadores de un patrimonio que se canta, que es la identidad regional, inspiración de crónicas, documentales, investigaciones y relatos como los que construyen radialistas del Caribe colombiano con el proyecto ‘Música Vallenata Tradicional en Sintonía’, que lidera el Ministerio de Cultura y sus direcciones de Patrimonio y Comunicaciones – a través del Proyecto Las Fronteras Cuentan- en el marco de la estrategia del Plan Especial de Salvaguardia de esta manifestación cultural, declarada por la Unesco en 2015 Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Era un muchacho rural, rodeado de fauna y flora de sus tres ecosistemas; un erudito en pesca, un nadador sinigual, un ser de inviernos que esperaba con ansias la llegada de octubre porque era el mes de las lluvias infinitas. “Yo he sido enamorado profundo y sincero de la lluvia porque revive nuestra naturaleza. El octubre mío era invierno absoluto”. Los ríos crecían y él con los jóvenes del pueblo se convertían en anfibios para desplazarse sin dificultades a través de las corrientes, “Parecíamos unas nutrias. Nos íbamos por el río y nadábamos kilómetros. Éramos hasta buzos, porque había la pesca de la Covacha en la que nos sumergíamos y salíamos con los peces”, recuerda.

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Santander Durán Escalona

Muchos kilómetros al norte había otro muchacho, unos ocho años mayor, diestro también en asuntos de cacería, nutrido con carne de monte: Santander Durán Escalona, a quien sus más cercanos llaman ‘El Pibe Durán’. “Mamá cocinaba en el suelo: Tres piedras, un hueco en el centro y se ponía la carne en una parrilla, con yuca blanca/mona, una que es aguadita por dentro, deliciosa”. Desde temprana edad tuvo la libertad para aprender a disparar la escopetica de la finca, en las montañas de Callao, en Valledupar, “que eran profundas también. Allí faltaba nada más Tarzán, había mucho venado y yo me crie también con una carabina en el hombro, una Remington 22 de 18 tiros”. Entonces se paraba en la puerta, prendía la lámpara de cacería y desde ahí cazaba los tres o cuatro conejos para el desayuno”.

Adoraba el bocachico que sobreabundaba en los ríos Cesar, Callao, Guatapurí… “En Semana Santa hacían unas trampas para pescado, como una cerca con palitos verticales y una especie de mesón; y en el pozo de arriba vertían un poquito de leche de ceiba, entonces el los peces venían huyendo de la leche, brincaban sobre el mesón y de ahí los recogían en sacos de fique. Yo asistí a pescas de esas”.

Varios años después se conocieron estos dos muchachos, que para entonces tenían otro factor común: La condición de poetas en busca de dar a conocer sus creaciones musicales. “Él era un excelente baquiano en la montaña, explorador nato, con una puntería extraordinaria”, recuerda Santander. “Él fue cómplice mío cuando hacia cosas mal hechas porque lo invitaba a comer guiso de saíno y se deleitaba con ellos”, dice Tomás Darío, quien tras conocerse, invitó a su nuevo amigo y colega a un desayuno sabatino.

– “¿Qué quieres desayunar?, preguntó Tomás Darío
-“¿Que tienes allá guardado en la nevera?”, contrapreguntó Santander.
-“Lo que tú quieras. Pero no lo tengo en la nevera. Lo voy a buscar un momentico allá al otro lado, en Los Besotes; saíno, venado, lo que tú quieras… Mira, antes yo iba de cacería allí al botadero de basura y ahora tengo que caminar una cantidad de tiempo para encontrar un animal. Es muy difícil de encontrar un animal ahora”, explicó Tomás Darío.
– “¿Y qué vas a encontrar, si tú los has matado a toditos?”, replicó Santander.
“El desayuno estuvo extraordinario. Hoy nos arrepentimos de todas esas épocas de cacería”, confiesan y cuentan que entonces Santander hizo una propuesta trascendental a Tomás Darío: “¿Por qué no cabíamos el fusil por una cámara de fotografía y a él le sonó la idea?”.

“A la primera persona que yo le oí hablar de ecología y de defensa de la naturaleza fue a él; me insistió y luego empezó la televisión con unos programas de ese tipo, con Gloria Valencia de Castaño y uno se fue sensibilizando; entonces se despertó el amor a la naturaleza que estaba en mí, porque la verdad es que a pesar que le hacíamos daño con la cacería, siempre hemos amado la naturaleza”, dice Gutiérrez Hinojosa, quien debió más adelante conjurar los celos de su esposa Maile Parodi, quien le reclamó porque salía a cazar y regresaba en la noche o al día siguiente con los perros y la escopeta pero sin ningún animal cazado. “Yo le dije, te quiero confesar algo: Yo ya no voy al monte a cazar – ¿Entonces por qué vas? – Porque yo puedo vivir sin ir al monte.

Tú sabes que yo soy del monte y no puedo vivir sin ir al monte y ella me creyó. Caí en cuenta que yo veía los animales y no les disparaba; ya había cedido a la doctrina de El Pibe”. La riqueza natural lo inspiró para fortalecer su lírica e hizo cantos sublimes, de muchos de los cuales Maile es la musa: “Busco amarte, como un ave que ha quebrado su soberbia contra el viento. Yo soy tuyo, tú lo sabes, fuiste lírico final de un gran tormento. Amo el sol y la penumbra, las espinas y el clavel. Se aclaró mi anochecer, se volvió a asomar la luna. Te tendré como el sacro manantial de mi esperanza. Me tendrás como un sueño que en la aurora se agiganta o la sombra que encontraste en el camino”.

Hace poco se encontraron estos amigos para evocar acontecimientos de más de medio siglo de amistad, abrazos, afecto interfamiliar y también para hacer memoria de aquellos tiempos en que mudaron su condición de cazadores para convertirse en ambientalistas y poetas cantores, cuyas obras tenían como leitmotiv a la biodiversidad de su entorno, a los pájaros, los ríos, los inviernos de octubre, el sol, las noches de luna; en fin, ingredientes que hicieron de sus creaciones musicales auténticas odas a los paisajes de su infancia. Cantaron a dúo sus canciones y se expresaron una mutua e inalterada admiración por sus poesías, por sus vidas y por sus obras en favor del ecosistema y de la cultura universal.

Su universo lírico

En los años sesenta, cuando estos jóvenes ingresaron al universo poético de la música vallenata tradicional, ya este era habitado por personajes como Tobías Enrique Pumarejo, un trovador ganadero, morador de los campos que se extienden desde Valledupar hasta El Copey, quien logró tal vínculo con la naturaleza que sentenció en una canción que “Cuando Pumarejo muera se martirizan las flores copeyanas, se marchitarán las flores también se secan las ramas”. Estaba Rafael Escalona -tío de Santander- que era un hombre con un carisma indescriptible, un zar de metáforas, hipérboles, símiles, tropos y cuantas figuras literarias se dejaran atrapar en sus obras; era un ser de tierra, agua y aire, como lo dejó testimoniado en sus cantos, poblados por arcoíris, mariposas, nubes rosadas, pescaditos de oro, ríos crecidos, relámpagos de esos que se ven “como vela que se apaga” y hasta un Jerre jerre con el que resultó haciendo un acuerdo de paz en un camino del Cesar.

Estaba Leandro Díaz, que era un caso especial; un poeta invidente que nació con un don exclusivo, una capacidad perceptiva casi sobrenatural que le permitió incorporar a sus días primaveras y otoños en un país donde sólo hay inviernos y veranos: “¿Usted sabe lo que es una tarde de sol en el campo verde, y que de pronto pasa un nubarrón y cae una llovizna? Eso es la primavera”, decía. Se describía como “un cardón guajiro que no los marchita el sol”; como un amigo del campo, que creció a tientas, tropezando con los elementos del paisaje, fortaleciéndose con las aguas claras del río Tocaimo para poder cantar; nutriéndose con todo lo que su espíritu le permitía ‘ver’, como las fantasías que le regaló el amor y lo hizo cantar a una mujer “elegante, todos la miran y en su tierra tiene fama; cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”.

“Esos son los tres más grandes de esa generación”, opina Gustavo Gutiérrez Cabello, poeta también, amigo, contemporáneo y colega de usanzas de ellos, quien creció recorriendo valles y praderas, influenciado por un paisaje de sol que marcó para siempre el sendero de sus canciones, “y desde entonces yo soy romántico y soñaros, porque no puedo cambiar la fuerza de mi expresión”, tal como lo declaró un día y lo ratifica hoy: “Yo siempre he dicho que si yo no hubiera nacido en este entorno, rodeado de naturaleza, yo no hubiera sido compositor”. Ha sido Gustavo un sentimental empedernido, añorador de los tiempos idos, de las travesías rurales que hacía con su padre Evaristo: “Cuando llueve la brisa del campo refresca la tierra, germinan las flores; arroyitos que vienen bajando recuerdos de infancia de tiempos mejores; me recuerdan que estando muy joven, a la finca yo iba con mi padre, recorríamos todos los potreros hasta ya muy metida la tarde. Regresa a caballo cantando y a mi lado mi padre también, casi siempre caía un aguacero, arroyitos crecían por doquier; ya muriendo la tarde en el Valle, regreso a mi casa, queriendo volver; cuando llueve me da sentimiento, pero eso no importa, que vuelva a llover”.

Fue una época de oro para la creación bucólica en el vallenato. La naturaleza los surtía de toda la inspiración requerida para llenar de lírica sus cantos. Era su entorno, por tanto no podían desligarse de él. Los ejemplos abundan. Máximo Movil contaba que venía “de la montaña, de allá de la cordillera, allá deje a mi compañera junto con mis dos hijitos; yo me traje bien cargado mi burrito vendo mi carga y me alisto porque mi mujer me espera”. Para Rita Fernández Padilla “la naturaleza es un elixir, un encantamiento y ha sido fundamental en mis canciones; transformo a los personajes en elementos de la naturaleza: “Una fuerte montaña era como tú, al comenzar el tiempo, pero pronto el invierno todo lo arrasó, sólo queda una historia; una historia de amor que me demostró qué frágil eras tierra, tierra blanda y liviana y yo que creía tener mi montaña”. Y

Diomedes Díaz fue un ser tan rural que se describió como “el río que nació en la Sierra y seco en el verano, soy el cultivo que se perdió por la falta de asistencia, soy el turpial que cayó en la jaula por culpa de la inocencia; yo soy el hombre que por ser hombre no he dejado de existir”.

Por eso julio Oñate Martínez consideró tan necesario lanzar una alerta temprana, ante la deforestación evidente en el territorio: “Destruyeron de manera irresponsable los bosques de dividivi, tu barrera natural y tumbaron esos grandes carretales allá arriba en La Guajira no ha quedao ni un guayacán”. Adriano Salas se mostró tan dolido con el deterioro de la biodiversidad en Caño Lindo, que lo expresó cantando: “Ya no se ven los pastos por el agua, está inundada toda la región, ya no acompaño más con mi guitarra a las aves silvestre del playón”- Y a Adrián Villamizar le pareció tan propicio personificar al canto vallenato y relatar sus travesías “por el río Magdalena, viví en la gaita de un Chimila, en la península guajira, fui trepando el Ranchería hasta llegar al Valle”, travesía en la que lo descubrió el acordeón, para convertirse en cuerpo y sangre por toda la eternidad.

Sólo basta recorrer sus cantos para encontrar que los poetas, en momentos de romanticismo extremo, le trasladaban su sentir a los elementos de su entorno, por lo cual es fácil identificar cómo pájaros, ríos, brisa y todo se convierte en celestina. Se ve en Octavio Daza, un patillalero al que río Badillo, con su canto, ayudo a convencer a su amada y en otro momento la acarició con un remolino: “Radiante estaba el día; tan linda se veía mi amor, que una mariposa al ver su belleza detuvo el vuelo y se volvió una flor. Y hasta los árboles, por su presencia, vencieron su orgullo, que se inclinaban como por encanto ante su hermosura, y un remolino formado en las aguas la acariciaba mansamente y fascinado por tanta belleza me provocó fundirme en el ambiente”.

La naturaleza es amiga, es cómplice y al mismo tiempo es antagonista. Lo cantó el trovador sanjuanero Hernando Marín Lacouture, el mismo que descubrió en el polen de una flor la huella que dejó un suspiro enamorado: “Se queda celoso el río Cesar cuando sale la sanjuanerita, sus aguas se baten en la orilla, pero el barranco las priva de meterse hasta San Juan; sabe que ella acepta mis caricias, sus aguas tiemblan de ira, como mi sangre al amar”. Y Rosendo Romero, quien creció sobre la Serrana del Perijá, comiendo ñeque, venao, ardilla, armadillo, incluso oso, poseído por los artilugios del amor, vio los claros de luna entre sombras de almendros igualitos a la mirada profunda de esa mujer, que era como “un manantial entre juncos y helechos, romántica como la lluvia de un atardecer”. Él, un poeta de cerros, deseó para su final el mismo de los inviernos que vivió en Villanueva: “Quiero morirme como mueren los inviernos, bajo el silencio de una noche veraniega, quiero morirme como se muere mi pueblo, serenamente sin quejarme de esta pena, quiero el sepulcro de una noche sin lucero y así resucitar para una luna parrandera.

Ellos, Santander, Tomás Darío y sus contemporáneos, son fieles representantes de los trovadores de su ápoca y de los que los antecedieron, quienes en sus obras dejaron implícito el axioma de que el canto vallenato nació en un entorno rural, debido a que sus creadores se abrevaron de los ríos nacidos en la Sierra, escuchando e imitando el canto de los pájaros, alumbrándose con la luna en la noche y con el sol de día; corriendo por praderas y sabanas, trepando cerros, nutriéndose de un ambiente natural con el que ineludiblemente formaron el capital simbólico de su obra poética.

Son, como los describe la investigadora, escritora, docente, musicóloga y cantante Marina Quintero Quintero, “los báculos sonoros que sostienen esa alianza que llamamos histórica entre la música, la cultura y la tradición; los que dan testimonio a las nuevas generaciones de su historia. Siempre tendremos que volver a ellos porque son la fuente donde bebemos, donde llenamos nuestro espíritu de esperanza, de hermosas consideraciones y lecturas de la vida. Ese gran espejo que ellos nos dan es la apuesta por el mejoramiento de la vida, la exaltación por lo que realmente tiene valor.”

Hoy, Tomás Darío Gutiérrez es un abogado, especialista en derecho penal y administrativo, con doctorado en ciencia jurídicas, autor artículos en criminología que le abrieron las puertas de la ciencia estadounidense; es historiador, exconcejal de Valledupar, inventor de festivales, pero sobretodo es un guardián de la biodiversidad desde el Ecoparque Los Besotes, primera AICA (Área Importante para la Conservación de las Aves del mundo) reconocida en Colombia. “Yo recuerdo que cuando empezamos en el Ecoparque la gran esperanza mía era que volvieran los animales; creía que eso sucedería como en 20 años, pero a los cuatro años pude fotografiar la primera guacharaca; llegó a un palo de mamón muy arisca. Hoy les echo comida en el patio como si fueran gallinas. Hay centenares de ellas”. No solo guacharacas; hay también cóndores, guacamayas verdes y otras especies que se creían extintas; para completar una cifra superior a las 285 especies de aves y 44 de mamíferos.

El Pibe Durán, a su regreso de la universidad, con consciencia ambiental y con otros que pensaban como él, montó en Manaure un centro de investigaciones biotecnológicas para criar insectos que controlaran la plaga del algodón; “una especie de avispitas microscópicas con las que logramos trabajar hasta el año 94. Fue una experiencia interesante; yo me aislé en Manaure porque pensaba que podía ser un gran científico y termine siendo un compositor”. Y es el único compositor que ha logrado coronarse en cuatro ocasiones rey del Festival de la Leyenda Vallenata; un agrónomo experto, investigador, parrandero, sentimental, escritor, que pasa sus días como catedrático en la Universidad Popular del Cesar, transformando imaginarios mediante la enseñanza de Ecología, impactos ambientales en proyectos mineros y medio ambiente y otros temas relacionados.

Ellos son esencia de la Música Vallenata Tradicional y evidencia del pasado rural de ésta; una verdad contada por la radialista Melitza Quintero Suárez y protagonista de una tertulia en vivo con el locutor Celso Guerra Gutiérrez, con el apoyo del Ministerio de Cultura, en el proyecto Música vallenata Tradicional en Sintonía, expresión cultural que por los siglos seguirá describiendo a Santander cuando le cantaba a un amor lejano y le decía: “anoche hasta el cielo lloraba, cayendo goticas de amor; más tarde la luna alumbraba, brillaban las gotas de agua en una flor”; y a Tomás Darío regocijándose con las lluvias de octubre y pregonando con el rostro iluminado de alegría que “huele a tierra mojada, a esperanza y a sueños”.

mariaruth_150María Ruth Mosquera 

Una Revolución de amor por la humanidad se está gestando en el Caribe

Mariaruth Mosquera

Un encuentro del arte que le rinde tributo al amor, denominado Revolución pa’ enAmorArte, en el que participarán escritores, dramaturgos, pintores, grupos de danza, ilustradores, poetas, músicos y los más representativos cantautores vallenatos, tendrá lugar este seis de septiembre en la plazoleta de la Biblioteca Pública Departamental Rafael Carrillo Lúquez, en Valledupar – Cesar,

La iniciativa, liderada por la comunicadora social y gestora cultural de origen chocoano Mariaruth Mosquera, tiene como fin untar a la humanidad de amor, a través de manifestaciones artísticas como la danza, el teatro, la pintura, la cuentería, la poesía y la música. Se trata de “un llamado urgente para que acudamos al amor como única fuerza que nos puede ayudar a transitar este momento tan aciago que vivimos como humanidad. Estamos asistiendo a una crisis de valores en todos los niveles y el ser humano se hunde cada vez más hondo en la intolerancia, la indiferencia, el odio, la maldad y muchos otros sinónimos que hoy están probando lo vulnerables que somos, develando la urgencia de hacer algo al respecto y ese algo tiene que ver con el amor”.

Según esta ‘revolucionaria del amor’, es en el arte donde podemos encontrar la magia para conectarnos con nuestras emociones y activar las emociones y sentimientos de bien que todos llevamos adentro, para generar reflexiones y enlazarnos unos con otros como seres sociales que somos, para recibir inspiración que nos abra a la posibilidad de seguir sintiendo y viviendo con el alma y el corazón.

“Esta es mi quimera, un sueño que nació en mi corazón en un momento de sensibilidad absoluta, como respuesta a la búsqueda de esperanza para contagiar al mundo y hacerlo un lugar más ameno, más humano. Lo que creo es que con los años y los daños propios y ajenos me he vuelto sentimental, llorona, corazón blandito y me cuesta entender tanta barbarie que se ha ido naturalizando socialmente. Y yo sé que tal vez para liderar este tipo de iniciativas, con apuestas tan gigantes como untar de amor a la humanidad, sea yo una completa anónima, pero alguien tiene que comenzar”.

Con su “quimera” clara en su mente, Mariaruth visito a María Victoria Celedón Simón, directora de la biblioteca, para contagiarla con la idea de hacer la revolución en la plazoleta y encontró total respaldo. El siguiente paso fue la tarea de convocar aliados, haciendo la claridad de que esta es una revolución de amor, sin dinero, por tanto quien en ella participe lo hará asumiendo sus gastos, independiente de su lugar de procedencia.

“Estoy muy agradecida con Dios y con todas las personas que se han sumergido en este sueño y estarán presentes, aportando su arte para sembrar amor en los corazones”. Ellos son los cantautores Iván Ovalle Poveda, Gustavo Gutiérrez Cabello, Santander Durán Escalona, Roberto Calderón, Adrián Villamizar Zapata, Rosendo Romero, José Alfonso ‘Chiche’ Maestre, Rita Fernández Padilla, Stella Durán Escalona, Julio Oñate Martínez, Sergio Moya Molina, Jacinto Leonardy Vega, Luis Egurrola, Juan Ariel Hinojosa, Éibar Gutiérrez, Andrés Mendiola, Uchi Escobar, Deimer Marín, Juan Pablo Marín y Chelly Marín (hijos del trovador Hernando Marín.

Estarán otros músicos como Hanz, Bandera, Michelo Márceles, Máncel Cárdenas, Juan Miguel Arteaga, el Trío de Oro los hijos de Sergio Moya y los Hermanos Carrillo; poetas como Eduardo Santos Ortega, Nidio Quiroz, Martha Navarro, Qwenty López, Milba Orozco, Sandra Campo, Leonardy Pérez; el dramaturgo Luis Mario Jiménez, el grupo de teatro Maderos, el ilustrador y escritor de cuentos infantiles Julio Verbel, el Ballet Vallenato, entre otros.

Esta revolución tendrá además ‘Los Sabores del amor’, alimentos tradicionales que se entregaran a modo de degustación que lleven a los asistentes a evocar los sabores de la infancia, del hogar, de las abuelas. De igual forma estará en rincón de los Abrazos con amor, para estimular la honesta conexión afectiva, y el Rincón de los juegos, donde las personas pondrán jugar un rato y remitirse a su niñez.

“Yo sé que esta revolución de amor es algo demasiado pequeño frente a lo monumental de la degradación humana, pero si logramos tocar un corazón, al menos uno, habrá valido la pena”.

maria-ruth-mosquera-4¿Quién es Mariaruth Mosquera?

Soy, en esencia, una soñadora, nacida en la selva chocoana, jurisdicción del municipio de Istmina. Comunicadora social, egresada de la UNAD. Con estudios de inglés, Licenciatura en Enseñanza de Lenguas extranjeras (UdeA) y Licenciatura en Lengua Castellana e Inglés (UPC); Con diplomados como ‘Periodismo Responsable en el conflicto armado’, ‘Periodismo  de hoy, compromiso social y nuevos retos’, ‘Periodismo crítico frente al conflicto’, ‘Cómo investigar y acceder a información en temáticas de Justicia y Paz – énfasis tierras’ y ‘Periodismo y Derecho Internacional Humanitario’. Cronista, con énfasis en temas culturales y experiencia en periodismo investigativo. Ganadora en tres oportunidades del premio Sirena Vallenata, que otorga del Círculo de Periodistas de Valledupar.

En comunicación cultural, he participado en procesos como los foros para la construcción del Plan Especial de Salvaguardia de la Música Vallenata Tradicional, moderación de tertulias, conversatorios y foros relacionados con Patrimonio Inmaterial; así como la publicación de crónicas y reportajes en revistas del Festival de la Leyenda Vallenata, Festival Nacional de Compositores y el Festival Tierra de Compositores. Asesora de contenidos en el proyecto Música Vallenata Tradicional en Sintonía, en sus fases I y II.

Con experiencia laboral en emisoras como la Voz de las Américas, Colmundo Radio; periódicos como Diario El Pilón y Vanguardia Valledupar, Panorama Cultural, entre otros. Con experiencia en Comunicación para la paz, mediante cargos de Comunicadora en el Programa de Desarrollo y Paz del Cesar; Investigadora para la Comunicación y la Educación en la Corporación Paisajes Rurales; Asesora de contenidos en el proyecto Radios comunitarias para la paz y la convivencia.

Para mi trabajo de grado creé la página Red de Juglares, un sitio virtual con el que pretendía generar encuentros e intercambio de saberes entre las diferentes generaciones de compositores vallenatos, pero este proyecto tuvo la limitante que muchos compositores mayores no actuaban en medios tecnológicos, como sí lo hacían los jóvenes. Entonces decidí que el espacio de encuentro fuera presencial. Así nació Nicho Cultural – ‘Un punto de encuentro de las tradiciones que hablan de lo que somos’, el cual tiene ventanas a través de la radio, en espacios presenciales de tertulias y conversatorios, en el sitio web www.nichocultural.com y en todas las redes sociales.

El trabajo realizado en estos años ha generado varios reconocimientos en la prensa regional y nacional, entre ellos, el año pasado, el periódico El Espectador me incluyó en su edición de Personajes de año, así como el periódico El Pilón, el pasado 21 de mayo, para destacar a afrodescendientes que se destacan y la Revista Arcadia en su edición Colombia es Negra.